El Vórtice Energético
o vórtice de Kelvin
4ª parte

 

Antes de seguir adelante en la explicación de lo paranormal mediante éstas y otras nociones, hemos de considerar la naturaleza del espacio y el tiempo.
El vórtice nos brinda una explicación novedosa de lo que es el espacio. También nos permite entender la relación  entre la materia, el espacio y el tiempo. Podemos considerar no tan solo la materia, sino también el espacio y el tiempo, como aspectos distintos del vórtice.
Consideremos al vórtice de energía como un factor constitutivo de la materia. A medida que el vórtice se amplia  hacia fuera, la energía se hace cada vez más tenue. Al ampliarse a un área cada vez mayor, se haría más y más tenue con gran rapidez. Pero incluso a grandes distancias del centro del vórtice, aunque su intensidad fuese infinitesimal, la energía del vórtice estaría aún presente, el vacío aparente del espacio es en realidad, materia de baja densidad.
Análogamente, podemos suponer que la materia es un espacio de gran densidad. En resumidas cuentas, la materia y el espacio son una y la misma cosa: dos aspectos del mismo vórtice de energía. Lo que consideramos una partícula de energía es pura y simplemente el centro de gran intensidad de un vórtice energético de gran amplitud.
Percibimos la materia y el espacio como dos elementos bien diferenciados solo a causa de nuestros sentidos. Que son, todos ellos, limitados. Nuestra captación de todas las formas de energía esta limitada a ciertos intervalos, en virtud de nuestros umbrales perceptivos. Nuestros ojos reaccionan a la luz, pero la luz es solo un intervalo muy estrecho dentro del espectro, somos ciegos por ejemplo al infrarrojo y al ultravioleta. La misma cosa ocurre con el sonido: solo lo captamos dentro de determinados limites. Es evidente que nuestra captación de la energía contenida en el vórtice ha de estar a la vez limitada por nuestros sentidos. La energía en dispersión a partir del vórtice, mas allá de nuestra percepción directa, aparecería ante nosotros como un “espacio vacío”. Y aún cuando pareciera no haber sino vacío, esta energía en expansión seria inequívocamente real: tan real como la materia.
Esta concepción del espacio sugiere una explicación inicial del fenómeno de las “acciones a distancia”. Tanto en el caso de las cargas eléctricas como en el del magnetismo, una partícula actúa sobre otra sin tocarla. Los fragmentos separados de materia parecen atraerse o repelerse entre sí, a través del espacio aparentemente vacío.
Es fácil entender tales efectos si cada partícula es, en realidad un vórtice de energía en expansión. El vórtice podría expandirse  a grandes distancias, pero la energía se dispersaría tan rápidamente que no seríamos conciente de ella. Dicha energía en proceso de expansión a partir de la partícula se superpondría a –interactuaría con- la energía de otros vórtices, para crear ciertos efectos como el de las cargas eléctricas y el magnetismo.
En esta visión de las cosas, el espacio es algo real, tan real como la materia, y la “acción a distancia”, una ilusión creada por las limitaciones de nuestros sentidos. La materia es la región central del vórtice, de gran intensidad, que sí podemos detectar con nuestros sentidos. El espacio se origina en las regiones más tenues, periféricas del vórtice: allí la energía está debajo de nuestros umbrales perceptivos. El “espacio” transfiere la naturaleza intrínsecamente dinámica de la materia al vacío que hay mas allá de la superficie apreciable. Pero la materia no tiene límites reales: su “superficie” es algo subjetivo, en ningún caso un hecho objetivo... determinado en rigor por nuestra capacidad limitada de percibir tan solo una intensidad menor de la energía en vórtice.
Experimentamos cada día la materia como algo sólido porque representa una elevada concentración de energía: En los bloques de materia hay billones de vórtices arracimados en partículas elementales que forman átomos firmemente adheridos. La superficie de un sólido o un liquido marca un repentino incremento en la intensidad de energía del vórtice. Esta concentración  repentinamente elevada de energía y abigarramiento es lo que nuestros sentidos detectan de la materia. Pareciera que los objetos tienen límites, pero es solo una ilusión.
Imaginemos una mujer que usa determinado perfume. A su alrededor, la esencia está concentrada a un grado tal que, muy cerca de ella podemos olfatearla. Al alejarnos, la esencia desaparece en la atmósfera y dejamos de percibirla. En suma, a medida que se expande la burbuja de esa fragancia se diluye en un grado tal que no somos concientes de ella.
Ocurre simplemente que nuestros sentidos son incapaces de detectar la dispersión de energía en todas direcciones. No percibimos el vacío porque la cantidad de energía en vórtice es mínima.
Esta novedosa imagen del espacio es muy distinta a la que sostiene la mayoría de la gente. Para la mayoría de nosotros, la palabra espacio evoca la idea de la nada: de un absoluto vacío en el que la materia se mueve en libertad.
El espacio-tiempo es curvo y dicho efecto esta de algún modo relacionado con la materia. Pero que es con exactitud el espacio y como influye la materia sobre él, sigue siendo un enigma. El vórtice nos brinda, por primera vez, una imagen clara del espacio que permite apreciar fácilmente lo que es el espacio y como se relaciona con la materia. La idea de que el espacio esta ligado a la materia deja de constituir un enigma: el modelo del espacio como una “burbuja” hace evidente el hecho de que, al remover la materia del universo, quitamos a la vez el espacio.
Igual que el vórtice origina el espacio y la materia, se lo puede concebir como el generador del tiempo. Einstein creía que, en ausencia de la materia, tampoco habría espacio ni tiempo. Percibía al tiempo y al espacio como dos factores inextricablemente ligados, con el tiempo entendido como una cuarta dimensión. Mediante el vórtice entendemos la razón por la que el tiempo está ligado a la materia.
El tiempo se establece a partir de la secuencia repetitiva de acontecimientos. Considérense nuestras formas habituales de medirlo. El año queda establecido por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol; el día, por el movimiento de la Tierra en torno a su propio eje.
Ambos son procesos regulares y repetitivos. En nuestro universo, una secuencia determinada de procesos está vinculada a otra. Todos los cambios físicos, químicos y biológicos adquieren su “ritmo” a partir de otros procesos regulares más fundamentales. Un proceso regular, repetitivo, crea “intervalos” de un tiempo relativo en el cual ocurren otra serie de cambios.
¿Habrá en el universo algunos procesos fundamentales a los cuales referirse todas las restantes medidas de tiempo? Este proceso último podría ser el giro del vórtice. Puede que el vórtice constituya una suerte de reloj primordial: señalando los intervalos de tiempo de los que dependen todos los demás procesos subatómicos y cósmicos. Podemos representarnos el vórtice como una suerte de “aspa” que demarca nuestro tiempo: como un reloj atómico básico en el núcleo de la materia.
En esta novedosa concepción, el tiempo y el espacio adquieren una cualidad física. El tiempo fluye a partir del movimiento en el vórtice , y el espacio es una expansión en la forma del vórtice. Imaginemos al vórtice como un remolino en mitad de un río. Su forma surge del agua en torbellino. La forma del remolino representaría la materia y el espacio. El torbellino en sí mismo, el tiempo.
Esta concepción del espacio y el tiempo aclara ciertas cosas de la relatividad. Por ejemplo, el espacio- tiempo curvo es esencial para la relatividad. La imagen del vórtice nos sugiere muy claramente la razón de esa curvatura: si el espacio es una burbuja que se forma en torno a la materia, es obvio que su forma ha de ser la de la materia. La burbuja espacial en expansión a partir de un cuerpo celeste, como el Sol, debería ser necesariamente una expansión de la forma del Sol.
Einstein demostró que el espacio y el tiempo no son fundamentalmente ni absolutos, sino que están íntimamente relacionados entre sí y dependen de la velocidad de la luz. El vórtice nos indica cómo es que el espacio, el tiempo y la materia se derivan todos ellos de un vórtice de energía: Si la velocidad límite del movimiento del vórtice en el plano físico es la velocidad de a luz, la relación entre el espacio, el tiempo y la materia resultan evidentes, y también la razón por la que todos ellos son relativos a dicha velocidad.
Einstein consideraba que la velocidad de la luz era el limite de nuestro universo. Aquí hemos sugerido que dicha variable no es una frontera de carácter absoluto, sino más bien la línea divisoria entre la realidad física y la suprafísica. Ambas difieren en sustancia, puesto que el movimiento es, por supuesto, relativo. El movimiento en un vórtice crea el espacio y el tiempo en los que otros pueden existir y moverse. Y son todos ellos absolutamente interdependientes, existen solo en relación con los demás. En la transustanciación, el movimiento en el vórtice se acelera. Cuando sobrepasa la velocidad de la luz, la partícula deja de estar en relación con las restantes partículas que deja tras de sí. En rigor, abandona su espacio y tiempos físicos.
La posibilidad de fugarse del espacio y el tiempo por la vía de la transustanciación sugiere posibilidades de desplazamiento absolutamente inéditas. En nuestra vida diaria, viajaríamos a través del espacio y el tiempo. Mediante la transustanciación, los cuerpos podrían moverse dentro y fuera del espacio-tiempo, atravesando la barrera de la luz. Por esta vía, los desplazamientos a velocidades mayores que la de la luz pasarían a constituir una posibilidad real.