un
grupo del cuarto milenio
para el tercer milenio
La Iglesia
3ª parte
El gran problema de la exégesis
católica en este punto es que postulaba una lectura extraña al propio
magisterio de Jesús. En los Evangelios canónicos no hay nada –aparte
del controvertido pasaje de Mateo que no recogen los otros evangelistas al
narrar el mismo episodio– que nos permita sugerir que Jesús quiso dar a la
comunidad de sus discípulos una organización centralizada, regida por un
rey-sacerdote que, en calidad de sucesor de Pedro, fuera distinguido por Dios
como el receptor exclusivo o privilegiado de la revelación en el futuro. Todo
indica que esta idea, inspirada en las instituciones de la teocracia judía y en
la tradición de un rey mesiánico, tuvo un objetivo político: hacer de la
Cristiandad, bajo la guía de la nueva Iglesia asociada al poder estatal, la
heredera de la teocracia judía basada en la «Antigua Alianza» entre Dios e
Israel y, por tanto, la representante legítima del «pueblo de Dios» surgido
de «la Nueva Alianza» entre éste y la Humanidad entera a través de Jesús.
Sin embargo, no hay en Jesús
ninguna evidencia de que quisiera fundar una nueva religión ni que
predicara a no judíos. Los textos sagrados son ambiguos al respecto y así como
hay episodios en los que se transmite una actitud próxima al universalismo
religioso, también existen otros en los cuales se expresa que el magisterio se
dirige en exclusiva a un auditorio nacional judío. Por otra parte, Jesús no
siguió el modelo de los grandes fundadores de sistemas religiosos, como Moisés
o Mahoma: no dictó ninguna legislación, ni una normativa detallada, ni tampoco
postuló un cuerpo doctrinal diferenciador. ¿En qué sentido debemos
entender entonces que fundó una iglesia?
Algunos autores tradicionales,
como René Guénon, creen que lo que en realidad creó fue una escuela
iniciática. El carácter reservado de las enseñanzas que impartió al núcleo
de sus discípulos personales se explicaría bien en este caso, dado que la
iniciación siempre supone una trasmisión oral y personal de maestro a discípulo.
Jesús habría fundado así el Cristianismo esotérico original, cuya existencia
respaldan los escritos de los grandes Padres anteriores al siglo IV d.C., como
Orígenes, Justino y Clemente. En el siglo IV d.C., San Agustín todavía
reconocía el carácter secreto de sacramentos como el bautismo y la eucaristía
entre los primeros cristianos.
Esta tradición esotérica
original habría entrado en crisis en el siglo III d.C. En los escritos de
Clemente observamos que entonces ya estaba en marcha el proceso que culminó en
Nicea y sobre cuyos riesgos él mismo advirtió con palabras proféticas: «La
Iglesia pretende cristianizar al mundo, pero éste acabará por mundanizar a la
Iglesia».
A partir de Nicea esta reconversión
se hizo sistemática y terminó reduciendo la Iglesia a un culto
exclusivamente público. Si en origen ésta había sido una comunidad
de «pocos y escogidos», a quienes se exigía además una larga preparación
como aspirantes y un severo examen de admisión, que incluía férreas
disciplinas espirituales y un compromiso total, a partir de su transformación
en Iglesia oficial abriría sus puertas de par en par y se erigiría en una organización
de masas.
No se trata de juzgar si dicha
decisión fue un acierto y supuso el mejor escenario histórico –opinión que
mantienen cualificados historiadores como Mircea Eliade– o si, por el
contrario, constituyó una desnaturalización del legado de Jesús, como creen
muchos otros. El hecho histórico documentado y establecido es que la Iglesia
surgida en Nicea era una institución extraña a la tradición de los primeros
cristianos, hasta el punto de que, al carecer de legislación propia en dicha
tradición –algo imprescindible para formalizar un culto de masas–, la
Iglesia debió recurrir al derecho romano como fuente de inspiración de su
derecho canónico.
¿Murió entonces la primera «Iglesia» fundada por Jesús? Si leemos con atención los Evangelios canónicos es fácil detectar que la institución que fundó el Maestro fue de naturaleza espiritual. Su magisterio alude siempre a una relación humana: «Allí donde haya dos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos».
Esta asociación es concebida como una expresión de amor
entre iguales, con voluntad de servicio al prójimo. No necesita ninguna
organización. Jesús no plantea otro requisito, aparte de esta comunión, para
que dicha asociación sea su «iglesia verdadera», mientras permanezca fiel a
ese propósito y a ese espíritu. Podría entenderse, incluso, que cada vez que
se produce la situación que hemos descrito se hace realidad la misma
refundación de «su iglesia>>, concebida como institución eterna
que Dios mismo actualiza, irrumpiendo en la historia y revelando la verdad a
quienes la buscan sinceramente.