un
grupo del cuarto milenio
para el tercer milenio
La Iglesia
4ª parte
Además, como puede verse en los Evangelios canónicos, Jesús previó el malentendido sobre este punto y salió a su paso, poniendo en guardia a sus discípulos contra cualquier pretensión doctrinaria o ideológica que, en el futuro, pudiera hacer un colectivo concreto sobre su figura y también contra la pretensión de crear una organización jerárquica y centralista, puesto que insiste en que «los últimos serán los primeros» y en que «el menor será llamado mayor en el Reino» (Lc., 9, 46). Finalmente, no es fácil hallar un Maestro que realizara un juicio más severo sobre quienes se proclamarían sus legítimos seguidores. Los define como «lobos vestidos de corderos» y también asegura que serán rechazados: «Nunca os conocí, fabricantes de maldades» (Mt., 7, 21–23). Como culminación, no sólo afirma que muchos de aquellos que predican, bautizan, curan y exorcizan en su nombre, no entrarán en «el Reino de los Cielos», sino que remata su discurso distinguiendo como invitados personales suyos al banquete de la vida eterna, y como sus amigos, a gentes que ni siquiera saben quién es él.
¿Cuál
es el signo que distingue a estos «no cristianos» como «los suyos»? Sólo
el Amor y el Servicio al prójimo, puesto que así lo sostiene Jesús en términos
inequívocos, identificándose con el pobre, el desnudo, el hambriento, el
extranjero, el enfermo y el humilde de espíritu, a quienes ellos auxiliaron: «Porque cuanto
hicisteis por uno más pequeño, por mí lo hicisteis». En este marco, no sólo
cabe la mayor pluralidad simultánea de «iglesias verdaderas» –en tanto
asociaciones humanas que asumen el significado original de «comunidad de fieles»,
al margen de la doctrina que sustenten–, sino que se sitúa el magisterio de
Jesús en el dominio espiritual que le corresponde, sin asociarlo a
instituciones humanas ni a aparatos mundanos de poder.
Al fin y al cabo, no dijo otra cosa Esteban, el primer mártir cristiano, cuando afirmó ante los sacerdotes del Templo: «Dios no habita en ninguna clase de edificios creados por los hombres». Desde entonces, infinidad de místicos dieron el mismo testimonio y, siguiendo su ejemplo y el del propio Jesús, lo sellaron con su sangre, muchas veces derramada por quienes se proclamaban como los únicos representantes autorizados para actuar en nombre de Jesús.