Relatos sobre Aldebarán IV

 

Vivencias de Marcel

 

Habló sobre las dificultades del plano físico. Tuvo una vida en Aldebarán como mento donde se dedicaba a orientar. Explicó alguna de sus vivencias y diálogos que también le servían a él. Buscaba y busca su propio orden y muestra alguna contradicción que le genera engramas.

            Entidad: Estoy aquí comunicado con vosotros. Mi nombre, Dan-El.

            Es para mí un tremendo gozo el poder ser útil, el poder servir a otros, el poder sujetar –conceptualmente- de una mano a aquel que está caído. Pero así como vosotros en el plano físico lleváis una barcaza a la mar y hay un viento huracanado que puede hasta hacerla zozobrar, en nuestro plano los engramas nos condicionan hasta frenarnos, hasta correr el riesgo de reactivar roles de ego, no es sencillo. Obvio que aquellos que estamos en el camino gozamos tanto el poder tender una mano conceptual que a veces los condicionamientos quedan atrás.

            Recuerdo, hace siglos, una vida en Aldebarán 4 donde encarné como mento. Mi nombre era Marcel y era de la raza de los mentos. Vivía en las cercanías del norte, en el viejo continente y la gran mayoría me respetaba. Tratábamos de no meternos con nadie, que nadie se meta con nosotros. Éramos lo que se podría decir consejeros espirituales.

De joven tuve una gran amiga, era una guerrera de a caballo, Aranza. Era una joven que no solamente luchaba con espada sino con una especie de doble guadaña. Teníamos largos debates al atardecer, tomando un brebaje muy similar al mate de esa región en Sol 3 llamada Argentina, un brebaje algo amargo pero muy sabroso.

            Aranza me decía: -Marcel, tú hablas de orientar pero sabes que hay razas en el norte a las que es imposible orientar por el simple hecho de que no razonan, buscan destruir, buscan someter.

            -Tienes razón, Aranza, tienes toda la razón pero así como el agua moja, nuestra tarea es orientar; es lo que hicieron mis antecesores, mi padre, mi abuelo, su padre, su abuelo y así sucesivamente.

            Una vez, ella partió en una barcaza rumbo al nuevo continente, al oeste y volví otra vez a mi eterna soledad.

Nuestra raza era rara, extraña, cooperábamos unos con otros pero era raro que un mento tuviera otro compañero mento porque vivíamos ocupados cada uno en su tarea. Nos era más fácil -bueno, a mí, por lo menos, me era más fácil- dialogar con otra raza guerrera o no guerrera, no importa, antes que con uno de mi misma especie.

            Recuerdo cuando conocí a Elfio. Elfio estaba en las montañas, Elfio lo que hacía era tocar su instrumento musical, aislarse de todo. Él decía que con eso llamaba a los dragones, que no lo atacaban. Seguramente, mi razonamiento me dictaba que a los dragones escuchaban ese tipo de música y les agradaba.

Elsio me comentaba: -¿Y qué haces de tu vida, Marcel?

            -Busco a quien orientar.

            Y Elsio me decía: -¿Y quién te orienta a ti?

            -Disculpa, pero yo encuentro mi norte, no preciso una orientación.

            -Sí, percibo tu enorme, pesada, densa soledad.

            -Tal vez porque me aboqué a brindarme.

            Elsio me respondió: -Sí, pero también debemos brindarnos a nosotros mismos.

            Siempre me daba charlas parecidas y me sentía como incómodo, como que yo fuera un especimen raro.

            Una vez, en un poblado, se burlaban de Igorik. Igorik era un hombre de indefinida edad, de rostro como de batracio terrestre, melena absolutamente blanca, bajo, algo encorvado, pero tenía una fuerza tremenda en las manos en las que llevaba un puñal que pesaría por lo menos un kilo terrestre y él soportaba las burlas de los parroquianos de las tabernas hasta que se cansaba y atacaba a diestra y siniestra dejando un tendal de heridos; nunca mataba a nadie.

Una vez nos encontramos en una de las tabernas que por la mañana estaba desierta. Tomé un brebaje caliente muy similar al café de Sol 3.

-Él dejó su hoyuman atado en un madero y me dice: -Te he visto.

-¿Me has visto qué?

-Te he visto en distintos poblados orientando, tratando de dar Luz.

-Y a ti, Igorik, ¿qué te hace falta? –le pregunté.

-Yo soy feliz.

-Espero que no te ofendas, pero la gente te toma por deforme, ignoran, yo no lo ignoro, que tu raza es de al sur de Aldebarán y sois así, con esa boca amplia, esos dientes como de roedor y caminas como a los saltitos y de eso se burlan.

-Pero Marcel, es un problema de ellos.

-Sin embargo he visto que te sacan, he visto que a veces pierdes el control y los atacas.

-Bueno, no sé si pierdo el control, lo hago para marcar pautas, para que sepan dónde se meten; si no lo hiciera, si de vez en cuando no mostrara mi carácter, no me dejarían tranquilo. Yo quiero estar, tomar una bebida espumante y evadirme un poco de la realidad.

-A eso me refiero, Igorik, ¿por qué quieres evadirte de la realidad si estás bien, según tú?

-Todos, tú también Marcel, en determinado momento buscas evadirte. Y no me lo puedes negar. Lo veo en tus ojos.

Uno nunca está excento de sorpresas porque quien veía a Igorik con esa sonrisa o un gesto que parecía una sonrisa, esos dientes de roedor, esa mirada como que no miraba… uno pensaría que hasta podría ser algo tonto. Ignoraban la tremenda inteligencia que tenía Igorik. Pero hay cosas que hacen mal, el forzar a cometer actos hostiles hace mal.

            En uno o dos viajes al norte, en el país de las nieves, me crucé con Impiro, un gigante que tenía un mangual de más de un metro terrestre de largo que pesaba como diez kilos y él lo manejaba como si fuera liviano como una pluma. Nos cruzamos en el camino, él se bajó de su emorme hoyuman y me dice: -A ti te he visto.

-Bueno, no eres el primero que me lo dice, espero que haya sido en una actitud no belicosa.

-Es lo que menos me importa, pero hoy me levanté excitado y así como otros tienen sed de beber yo tengo sed de combatir.

-Mira, Impiro, yo no combato, no tengo armas, me interesa solamente orientar.

En ese momento me lanzó un golpe con su tremendo mangual que apenas lo pude esquivar. El segundo golpe me rasgó la ropa y sacó sangre de mi brazo.

-Por favor, no permitas que yo te dañe.

Largó una tremenda risotada. –Al lado mío eres un enano, ni siquiera tienes armas.

Me concentré en él mentalmente, me concentré en su mente. Se tomó su frente y cayó de rodillas con un tremendo dolor y en ese momento lo solté, conceptualmente.

-¿Qué me has hecho? ¿Eres mago, eres un hechicero?

-No, Impiro, directamente tenemos una mente muy potente y podemos enviar energía que puede lastimar tu mente causándote hasta un sangrado y produciéndote la muerte pero munca la utilizamos salvo en casos extremos. A ti no te he dañado, solamente he aumentado un poco tu presión arterial en tu cabeza y por eso ese dolor. No quiero lastimarte, no me interesa, no soy un justiciero, soy un orientador. Sé que eres un peleador nato y que a veces destruyes aldeas y matas inocentes. No me interesa acabar contigo aún sabiendo eso, mi esencia es otra.

Me miró con desprecio y montó su hoyuman y se fue al galope.

Me quedé con el viento, con mi soledad y con un nuevo capítulo para contar. Parecía como las piezas de un puzzle o rompecabezas y buscas en qué agujero encajar. Y eso es un engrama, eso es un gran engrama.

 

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