Relatos sobre Aldebarán IV
Vivencias de Carovelius
El thetán relató una vida en Aldebarán IV, donde era un trovador y trabajaba con
hierbas. Se creo diversos engramas en su primera relación al abandonarle su
pareja por un guerrero. El guerrero acabó despreciando a la mujer y esta intentó
volver pero fue rechazada. Cambió de lugar de residencia y consiguió ayudar a
mucha gente con las hierbas, aunque no superó su miedo a las relaciones.
Entidad: Hay una vida que tenía que haber tocado tiempo atrás pero quizá por una
cuestión de un resto de engramas que podían llegar a resaltar nuevamente roles
del ego, evité tocar. Dejo en claro que cuando mi rol en esa encarnación aflora
sus emociones no significa que yo como espíritu también las aflore, simplemente
repaso esa vivencia.
Hay varios de este mundo llamado Sol 3 que hemos encarnado en Aldebarán 4.
Aldebarán 4 es un mundo que gira absolutamente lejos de una gigantesca estrella
y en el cual sus habitantes se han mantenido en una eterna edad antigua similar
a la que fue la del planeta Sol 3.
Mi nombre en esa vida era Carovelius y era amante de las plantas. Me gustaban
las plantas curativas. Desde pequeño aprendí -con lo que en la Tierra llamaríais
Chamán- a trabajar en las plantas y a montar en los hoyumans, animales muy muy
similares a los caballos terrestres.
Mi padre era labrador, pacífico, en lo que sería la región central del planeta y
yo era trovador, me gustaba tocar la flauta, me gustaba actuar en teatro, me
gustaba trabajar con pócimas y me gustaba montar en hoyuman.
Al equivalente de dieciocho años terrestres conocí a una joven llamada Siria y
ella me llamaba por la segunda parte del nombre; me decía Velius, y yo mirándome
en las aguas de los arroyos no me veía tan hermoso como ella me decía pero quedé
encandilado de su belleza y ella sí verdaderamente podía decir que era bella;
quizás algo ruda, algo fornida para lo que era mi gusto por las féminas. Y
estuvimos saliendo, nos involucramos finalmente y recién al año y fue por ella y
no por mí, llegamos a intimar.
Y sucedió algo extraño. ¿Por qué ella que durante todo ese lapso me admiraba y
yo es como que estaba con un poco de temor en su acercamiento luego que
estuvimos esa noche juntos hubo una transformación en los dos? Yo me sentía como
extasiado, como que había cruzado una barrera, como que era algo nuevo para mí,
como que era una experimentación distinta; la piel, los besos, los abrazos y
llegar a un clímax dentro de ella fue para mí algo grandioso.
Pero su razón no expresaba lo mismo y no era una fémina hipócrita; me decía
directamente: “Velius, te has comportado como que parecías sin vida encima mío,
no te expresabas, no nada, te veía como demasiado suave”. Y le respondí: “Pero
no, no es así; yo gozaba acariciándote el rostro, besándote suavemente,
respetándote como lo que eres, una dama”.
-“El respeto se termina cuando hay intimidad y yo no quería caricias delicadas,
yo quería tu fortaleza que dudo que la tengas”.
Me mortificó mucho y seguramente me causó muchos engramas -que en aquel entonces
obviamente desconocía el término, la palabra, todo- pero seguimos saliendo.
En el norte se corría la voz de las andanzas de un famoso guerrero que incluso
llego a conquistar otra tierra dentro del mundo, lo que en Sol 3 se llamaría
otro continente y uno de sus lugartenientes llegó hasta la región central
acompañado de varios hombres, Lambrusi se llamaba, era un guerrero gigantesco,
por lo menos media cabeza más alta que yo pero mucho más pesado.
Era una de las tardes que estábamos en la taberna con Siria y vi en la mirada de
ella admiración, deslumbramiento, como que se quedó sin aliento cuando vió al
bruto guerrero. Prefiero evitar los detalles de los gestos, de las señas; sólo
puedo decir que sin ningún tipo de piedad, sin ningún tipo de lástima me dejó de
lado. Al contrario; en su bestialidad –porque creo que eran tal para cual los
dos- ella me dijo: “Me voy con un hombre, no con una figura”.
No sé si yo estaba enamorado o confundido o creía estarlo o es porque con ella
era la única que había experimentado esa intimidad pero por las noches no podía
dormir en mi cama de paja sabiendo que ella estaba en los brazos de otra persona
y sentía como un rencor tremendo porque intuía como que a ella le gustaba el
maltrato, los golpes, los tirones de cabello, las posturas... No me hace bien
vivenciar eso.
Tres de los meses terrestres estuvo en la región central este guerrero antes de
volver hacia el norte con distintos jardos, con legumbres, con vegetales y con
algunos animales, que los llevaba vivos, muy similares a los cabritos
terrestres. Cuando Siria le dijo de acompañarlo, él montado en sus hoyumans, con
el pié izquierdo y con su bota sucia le tocó el pecho y la empujó y la tiró a
tierra.
- “Nadie te ha dicho, mujer, que preciso compañía. En el norte tengo las que
quiero”.
Y cuando ella amagó con atacarlo él sacó su espada y la amenazó: “Mujer, a
cientos de enemigos les he cortado la cabeza, no hagas que te la corte a ti”. Y
espoleando al hoyuman marchó con el resto de los guerreros.
Durante seis días no la vi a ella. Al séptimo se acercó de nuevo a mí: “Estaba
equivocada. Tú eres lo que yo busco, noble, confiable”. Podría haberle dicho mil
cosas, todo el odio que sentía, el rencor, el desprecio, el asco, todo, pero no
lo hice, aunque tampoco la acepté. Le dije que me sentía con mucho temor de
iniciar de nuevo la relación, que me disculpara… ¡Yo pidiéndole disculpas a
ella! Pero que no, no tenía sentido.
Al verla tan derrotada mi amor se transformó en lástima pero en este momento no
se me movía nada por ella, absolutamente nada. Pero me quedaron temores ocultos,
lo que hoy llamaríamos engramas, emociones dolorosas de abandono, de soledad, de
sentirme poca cosa, de no poder llegar a hacerla temblar como seguramente le
hacía temblar ese bruto del norte y por el otro lado el ego que en ese momento
sí me poseía; me hacía sentir superior al guerrero, superior a ella porque
pensaba que manejar una espada y matar gente no te hacía superior a nadie. La
superioridad se basaba en el respeto, no en la violencia. Pero no lo entendí
durante toda esa vida en Aldebarán 4.
Cambié de región, me fui más para el este. Me establecí allí lejos de todo. No
digo que me volví un ermitaño pero me especialicé en trabajar con las hierbas y
me puse un apodo: Rebón, que en la jerga de esa localidad significaba ‘el que
trabaja con hierbas’, Rebón. Velius ya no existía.
Ayudé a mucha gente. Me ayudaba mucho que, al igual que en la zona anterior, esa
zona central también era pacífica, las batallas más bien se hacían en la zona
norte, tanto en un continente como en el otro. Y fue una vida bastante bastante
tranquila donde logré sanar a mucha gente pero con goce de mi parte.
Me hice de muchos amigos pero no pude en toda esa encarnación lograr vencer el
miedo de estar en una relación de pareja a pesar de que había una joven, Manán,
delgada, de cabello claro que me miraba con ojos de deseo, seguramente. La dejé
pasar y se comprometió con un granjero tosco y por un momento sentí odio; podía
haberme esperado. Pero de hecho lo hizo, dos de los años terrestres, hasta que
se dio cuenta de que no iba a conseguir nada de mí.
Y me sentí menospreciado por mí propio ser, con muy baja estima, incapaz de
jugarme y por otro lado orgulloso de sanar a cientos de personas que acudían a
mí por distintas hierbas. Era una contradicción viviente.
Y a los cuarenta y cuatro años terrestres desencarné, hablo de años terrestres
porque los años de Aldebarán eran mucho más largos por la gran distancia del
planeta con su Sol.
Logré, de alguna manera, vencer ese reparo que tenía en contra de mí mismo y
cuando desencarné mi espíritu se sintió tranquilo entendiendo que lo positivo
triunfó sobre lo negativo. Si bien tenía un descrédito para mí mismo en mi forma
de vida tan apartada de lo que era la felicidad; fui feliz en lo impersonal y en
haber podido ayudar gente. Y si bien en vida no logré vencer los temores, los
repasé más de una vez buscando que la emoción dolorosa desaparezca y sólo quede
el recuerdo. Sólo el recuerdo.