Relatos sobre Aldebarán IV

 

Vivencias de Nato

 

¡Qué difícil es rememorar tantas vivencias antiguas y más, sabiendo que cada mundo tiene sus costumbres. Hay mundos donde he encarnado que no conocen la religión. Hay mundos que directamente creen que son el único planeta habitado. Hay mundos donde se avanza a nivel tecnológico y dejan mucho que desear en lo filosófico. Y hay mundos donde existe la filosofía, la camaradería, pero no le dan tanta importancia a lo tecnológico.

 

En una época, hace muchos siglos atrás, encarné en Aldebarán IV. Desde pequeño quise ser guerrero y cuando nos juntábamos con otros niños, nos imaginábamos que entrábamos en batalla, usando armas de madera.

Mi nombre era Nato, vivía con mi familia en la región central de Umbro -así llamábamos a Aldebarán IV- los habitantes de ese mundo. A medida que fui creciendo comencé a relacionarme con el sexo femenino, pero daba por entendido que el rol de la mujer era servirnos a nosotros y que nuestra función era mucho más importante: ser guerreros. Vivíamos para la guerra. No me imaginaba siendo comerciante o herrero. Por eso desde siempre desprecié a mi padre, pues era granjero y él estaba orgulloso de ello.

Mis compañeros se perfeccionaron en el arte de la espada, pero yo había aprendido a manejar el hacha de doble filo... era como parte mi cuerpo.

Ya de adulto tenía una figura inconfundible... era un guerrero por naturaleza, pero sabía que en la región central no había guerras.
Igual tuve mi bautismo de sangre cuando unos salteadores llegaron a una aldea cercana, atemorizando a sus pobladores. Justo estaba allí, bebiendo en la posada una bebida espumante, cuando escuché gritos en la calle. Salí y ví a cuatro individuos montados en sus hoyumans y persiguiendo a una mujer.
Les dije que me molestaban los ruidos cuando estaba bebiendo y se rieron en mi cara. Sujeté a uno de ellos de la pierna y lo arrojé al piso. Los otros bajaron rápidamente de su cabalgadura, sacando sus espadas. Mi hacha de doble filo se encargó de acabar con la vida de todos ellos. Mi ropa y mi rostro quedaron manchados de sangre...

 

 

Volví a la posada y terminé mi bebida, dejando un par de metales en el mostrador.

Fueron pasando las rotaciones. Mis padres fallecieron con pocos amaneceres de diferencia. No quise quedarme allí y me fui para el norte en busca de emociones nuevas.

Tuve varios amoríos, siempre entendiendo que el rol de la mujer era menos importante que el del hombre. Por eso me enredaba con alguna joven por un momento… después ya no me interesaba, siguiendo mi camino hacia el norte. Mi afán era conocer al gran guerrero Ligor, que había ayudado a los indígenas en el otro continente y que había combatido a los gigantes de los hielos.

Pasaron los amaneceres y en un camino me encuentro con una figura algo extraña. Era un hombre que venía caminando. Me soprendió que no tuviera un hoyuman... tampoco ví que portase armas.

El hombre me miró fíjamente y sonriendo, me dijo:  

- Disculpa que te oriente...

- ¿Quién eres tú? No te he pedido ninguna orientación además...

- Lo sé, pero aprendí a conocer el semblante de cada guerrero y percibo en tí una soberbia desmedida. Quizás aprendas una gran lección en un futuro cercano, entendiendo el valor exacto de las cosas y el sentido del afecto.

- Este es mi valor -le dije, agitando mi hacha de doble filo- y este es mi afecto -señalando a mi hoyuman... y antes de seguir cabalgando, le pregunté:

- ¿Y tú quien eres? Porque si no estuvieses desarmado no te hubiese permitido llamarme soberbio.

El hombre amplió su sonrisa y exclamó: -Puedes llamarme Fondalar.  Soy de una raza que hay al más al norte, pacífica, pero nadie se mete con nosotros porque tenemos un poder...

-¿Poder? ¿Más poder que mi arma?

-Nuestra mente tiene una capacidad tan grande para hacer foco energético que puede producirte un tremendo dolor de cabeza hasta dejarte desmayado. Varios de nosotros podemos vencer un ejército. Pero no nos interesa la violencia, abogamos por la paz, pero también respetamos el libre albedrío vuestro. Nos llamamos mentos.

-Sois una raza rara, aunque este mundo está lleno de razas a las que no comprendo. Me dijeron que en el Norte también hay hombres alados

-Si, así es. Son seres con alas membranosas y como son bastante livianos, llegan a volar grandes distancias... mas bien planeando, pero no deja de ser un vuelo.

-Bueno, pero ahora eso pasa a segundo plano... me has despertado la curiosidad por lo que me has dicho antes. Dime... ¿Qué lección voy a aprender?

-La vivenciarás...

-Pero... ¿Qué, adivinas el futuro?

-No, por supuesto que no... Creo que solo el Creador de Todo, aquel que está más allá de las estrellas, puede saber el futuro. Lo mío simplemente llámalo… intuición, precognición o será porque tu carácter me deja vislumbrar cómo eres por dentro. Igual pido lo mejor para tí...

-Lo mejor para mí son las monedas de metal precioso que se encuentran en algunas grutas, mi arma y esta cabalgadura. No me interesa nada más. No tengo apego por nada, ni por mi desaparecida familia ni por nadie.

-Todos podemos cambiar... algunos para mejor y otros, para peor...

-En realidad tengo apego por alcanzar la gloria en batalla. ¿Es eso lo que dices que vislumbras dentro mío?

El mento largó una carcajada, luego sacudió la cabeza, como pensando que yo era un caso perdido. Yo también me reí y seguí viaje, dejando atrás al extraño personaje.

-Estoy convencido que voy a encontrar mi destino- pensé.

No llegué muy lejos, ya que ví otro poblado. Allí calmaría mi sed.

Me uní a unos mercenarios que estaban en una posada tomando una especie de malta muy espumosa. Eran bastante amistosos y bebí una y otra jarra. Finalmente, acordamos cabalgar todos juntos por el sendero montañoso, que nos llevaba directo a la zona norte. El posadero nos advirtió que no estábamos en condiciones de viajar en el estado de embriaguez que teníamos y menos por un camino tan peligroso. Sin hacerle caso, salimos de la posada cantando y montamos en nuestros hoyumans. Éramos cerca de veinte cabalgaduras galopando por un sendero lleno de curvas en medio de las rocas.

Y el destino hizo que nos topáramos con unos seres que habitaban en las montañas y asaltaban a los viajeros. Cuando los vimos, ya era demasiado tarde. Esos seres provocaron un alud y cuatro de los mercenarios murieron en ese momento, aplastados por las rocas. Los demás luchamos como podíamos, ya que el alcohol nos restaba la habilidad que era innata en nosotros. Igual dimos cuenta de varios de ellos, pero nos duplicaban en número.

En un momento dado, una roca cayó sobre mí y sentí un corte punzante en mi mano izquierda. Otra roca golpeó mi cabeza y perdí el conocimiento.

Cuando me desperté ya se estaba ocultando la estrella que nos alumbraba. Y me ví rodeado de cadáveres.

Seguramente me dieron por muerto y me dejaron tirado. Traté de incorprarme y no pude...

Tenía un dolor tremendo en mi brazo izquierdo y cuando lo observo, veo que tenía un profundo corte. ¡Mi mano! Solo había restos de piel y sangre...
¡Había perdido mi mano izquierda...!

Sentía impotencia, furia... rencor con la situación vivida. Estaba molesto conmigo mismo por haber bebido antes de emprender el camino. ¡Cualquier guerrero principiante sabía que una de las reglas es galopar con todos los sentidos alerta!

Traté otra vez de erguirme y me dí cuenta que también tenía cortado parte del pie derecho. Lloré de la impotencia, apenas podía caminar.

Los hombres de las rocas se habían llevado los hoyumans, excepto dos que yacían sin vida, también bajo el peso de las rocas. ¡Qué hubiese dado daría por tener un hoyuman en ese momento!

Haciendo uso de toda mi voluntad caminé rengueando, me caí varias veces y volví a incorporarme como pude, hasta que quedé exhausto y me cubrí entre unas rocas, sin comer, mordiendo algunas raíces.

Al día siguiente cuando amaneció, caminé un poco más y volví a caer, dejando un reguero de sangre detrás mío.

A lo lejos divisé un castillo, antes de perder el conocimiento.

Abrí los ojos y ví que se acercaban cabalgaduras.

Me rodearon, les conté lo que pasó y me llevaron con ellos. Llegamos al castillo y ví que detrás de sus muros había una pequeña ciudadela con gente que vendía de todo, desde hortalizas hasta animales.

Cuatro soldados me escoltaron hasta el edificio del castillo. Por dentro era todo lujo. Al final de un ihmenso salón divisé un trono. En él había una dama sentada, portando una corona en su cabeza. Nos acercamos y los hombres me hicieron arrodillar. La dama exclamó:

-Soy la Reina Nara.

Hice una inclinación de cabeza.

-Tendrás cuidados y te daremos de comer, pero antes curaremos tus heridas.

-Le agradezco, Reina Nara- dije, con un hilo de voz. Apenas podía soportar el dolr de mis heridas.

-Siempre hospedamos a la pobre gente que no puede consigo misma...

Era la primera vez en tantas rotaciones planetarias que me decían “pobre gente”, pero no me lo tomé a mal ni me ofendí. Me llevaron a un cuarto que tenía un cómodo lecho, donde un hombre mayor me curó, cosió y vendó mis heridas, volcando previamente sobre las mismas un jugo de hierbas, que sería como una especie de antiséptico. Me miró a los ojos, exclamando:

-Lamento decirte que has perdido la mano izquierda y parte del pie derecho. Igual agradece que estás con vida...

Luego que el hombre se marchó entró una joven que me higienizó, me dió de comer y me hizo beber un jugo amargo.

Me sentía como el peor de los inválidos. Apenas podía caminar y tenía una sola mano útil.

La joven me acompañaba periódicamente. Ella se encargaba de cambiarme las vendas, desinfectando mis heridas. Luego me daba de beber y comer

-¿Cuál es tu nombre?

-Rina- dijo con una voz dulce.

Era la persona más bella que había visto, tenía un interior tan noble.

Esperaba ansioso su llegada para conversar, aunque me conformaba solo con verla...

Luego de varios amaneceres ya había recobrado mis fuerzas. Me habían armado un calzado especial y trataba de caminar sin perder el equilibrio. También me habían puesto una especie de metal en el brazo izquierdo para disimular el muñón.

Cuando llegó Rina le pregunté: -¿Qué puedo hacer por vosotros? Quiero ser útil, deseo pagar este favor que me han hecho...

-         ¿Qué puedo hacer? quiero ser útil, quiero pagar este favor que me han hecho

-         ¿Sabes escribir?

-         No. He aprendido algo de chico, pero siempre me gustaron otras cosas

Omití decirle que me gustaba la batalla y que despreciaba al otro sexo. Aparte en este tiempo mi manera de pensar había cambiado. ¡Que estúpido que había sido! Nadie me había cuidado tanto como una mujer. Otra mujer era la que me había hecho nacer. Y yo burlándome durante todo este tiempo de las mujeres  y despreciándolas, pero creo que tengo tiempo, si el creador me da vida para repararlo eso.

Cuando llegué a la reina me arrodillé ante ella y le dije:

-         Muchísimas gracias por vuestra atención y debo agradecerle también a un ser bello que parece como esos pequeños seres voladores luminosos, de tan bella

-         Es la princesa Rina, mi hija

-         Y ella… hizo prácticamente de sirvienta mía

-         ¿Qué hay de malo en eso? ¿Qué te han inculcado a ti? ¿Qué hay de malo en ser útil y en servir?

-         No nada, pero ahora me siento mal, porque verdaderamente me había enamorado y…. y yo soy poca cosa para ella

-         ¿Por qué? ¿Cómo te llamas?

-         Me dicen Nato

-         Ella también está enamorada de ti

-         ¿Cómo puedo gustarle? Me falta una mano, parte del pie

-         Pero tienes algo dentro tuyo, tienes el pneuma dentro tuyo – lo que en Sol III se llamaría el alma

 

No quiero dar más detalles, me quedé en el castillo, aprendí a escribir, a leer, fui muy útil. Fui noble, no noble de título como lo entienden en Sol III, noble de corazón. Tuve dos hijos, dos varones, les inculqué la paz, el amor, el servicio. Nada de lo que yo pensaba anteriormente y aprendí que no hay que respetar al sexo opuesto solamente, hay que respetar a todo ser vivo. Y así en Aldebarán IV aprendí una gran lección como Nato.


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