Relatos sobre Aldebarán IV

 

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Orbelian, Thetán de Esperanza.

 

Relató una vida en Aldebarán donde era una mujer guerrera que iba libre por la vida. Buscaba conversar para intercambiar vivencias y aprender. Explicó varios encuentros que tuvo.

 

 

Orbelian: A través de las distintas vidas he buscado el contactarme con otros seres en lo posible compatibles para poder departir e intercambiar ideas. He pagado altos precios muchas veces (suspiro) por las distintas amistades que he tenido. Tuve una vida mucho tiempo atrás. Mucho, mucho tiempo atrás en Aldebarán. Mi nombre era Nadia. Vivía en una zona peligrosa, en la zona norte, pero era tal mi avidez de tener amigos que no medía consecuencias. Si bien en los planos de luz nosotros entidades espirituales no arrastramos roles de ego, si bien tratamos de no personalizar, a su vez es muy difícil impedir que no nos duela el recuerdo. A su vez es muy difícil impedir que nada nos moleste. A su vez es muy difícil impedir que todas las circunstancias que recordamos sean favorables. En esa época era una joven alta, esbelta, de cabello absolutamente negro y no tenía miedo a la muerte, ni a las heridas, al igual que los varones. A la mayoría los despreciaba, despreciaba principalmente al varón débil y muchas veces dije: ¿Por qué no nací varón? Tomando mi espada con mi fuerte mano derecha.

 

 

 

 

Cuando cumplí 20 años, hablamos de 20 años terrestres ¿no?, estaba en una de las praderas disfrutando del calor de la estrella cuando se acerca una figura armada con un arma muy similar al mangual, pero más potente, con tres fuertes pinchos a cada lado.

 

- ¿Qué haces tú?

- Descansando. ¡Qué raro tú caminado sin hoyuman!

- Vine a despejarme un poco de todas las guerras, de todas las batallas. A veces siento como el cansancio. ¿Cómo te llamas?

- Mi nombre es Nadia y soy experta con la espada por si quieres probarme.

El personaje da algunas risotadas muy fuertes.

- ¡Jajajá! ¿Sabes cuantas heridas tengo de cuántas batallas? Y una mujer se pone irónica delante de mí. Me tomas de buen humor (sonrisa irónica), sino ya estarías con la cabeza rodando a tus pies.

 

Me paro con mirada de fuego mirándolo.

- ¡Todo el mundo habla con la lengua! Pero… Sé que estarás cansado de tanto caminar y de tanto viajar, pero ¿quieres practicar un poco?

 

El personaje me miró con una risa burlona y una mirada jocosa.

- Bueno... 5 minutos y después descansemos, si todavía estás en pie.

 

Sin darle tiempo a nada desenvaino mi espada y le lanzo una estocada a la cabeza que la para con su arma, que a su vez hace dar dos vueltas sobre su cabeza y me la lanza. Hubiera partido mi hombro en dos si no me echaba hacia atrás con la mala suerte que trastabillo sobre una roca y caigo de cabeza. Y automáticamente pone el pincho sobre mi cuello.

 

- ¿Eso es todo lo que puedes demostrarme? ¿Tan rápido te he vencido? ¿Tres segundos?

¿Qué le iba a responder? ¿Qué de 20 veces que practico es la primera vez que me caigo? Se dio cuenta de que yo podía más y me dio una segunda oportunidad. Y seguimos dándonos estocadas, golpes, hasta que él dijo:

 

- Está bien. Sentémonos a descansar.

Sacó de su alforja una caramañola [nota] y me la tiró. Pensé que era agua, pero era una bebida ardiente con bastante alcohol.

- Oye, pero esto no te calma la sed.

- Para la sed tengo los arroyos.

- No me has dicho tu nombre, viajero.

- Mi nombre es Impiro. Je, veo que escuchaste hablar de mi por tu rostro.




- Sí, verdaderamente. Eres un guerrero casi invencible. Tenía que haberte reconocido por tu rostro en forma de esqueleto. ¡Tienes unos músculos tan fibrosos! ¡Un cuerpo tan alto! Me llevas una cabeza a mí, que como mujer soy altísima.

- Bueno, soy de una raza del norte, donde tenemos fibra y músculos por todos lados, menos en el rostro.

- Lo que da así una mirada atemorizante, Impiro.

- Pero veo que tú no te asustas, si bien te has impresionado.

- Sí, es verdad. Tú eres enemigo de Ligor.

- Ligor… ¡Todo Aldebarán piensa que Ligor es el gran héroe! Yo he combatido con él y no me ha vencido. Al contrario, le he herido en su brazo izquierdo y si su lugarteniente no se lo lleva, podía haber acabado con su vida.

- Ligor… Tengo entendido que Ligor tiene una especie de usina dentro suyo que puede manejar la electricidad. ¡Puede manejar los rayos!

-Sí, así es, pero debo reconocer que es honesto. En lucha, mano a mano con otro, él combate con su arma. No saca ventaja de su poder.

- Y seguro que tú sí, Impiro…

- ¡Jajajá! A mí me interesa vencer. Si tengo que conquistar un territorio no voy a ser caballeroso ni gentil con nadie.

 

Nos quedamos hablando varias horas. Finalmente nos dimos la mano, como si fuéramos a hacer una pulseada [nota]. Él volvió hacía el norte y yo al suroeste. Cuando comenté en una posada cercana que había estado con Impiro no me creyeron.

- ¡Estarías violada o muerta si te hubieras cruzado con él! Aparte, verdaderamente me parece necio de tu parte el haberte arriesgado a compartir horas con una persona de esa calaña, de ese calibre.

 

Lo que ellos no sabían era la tremenda soledad que me perforaba los huesos, que me perforaba la piel, que me perforaba el corazón, que me perforaba el alma. Conversar era como un bálsamo. Muy poca gente se me acercaba. Las mujeres no me reconocían como una igual a ellas, los varones me temían. Era algo verdaderamente… algo verdaderamente sufrible. Caminé hasta la montaña después de haber tomado bastante líquido y después de haber comido un mamífero muy tierno que hacían por esa zona. Me gustaba caminar a ver si encontraba alguien conocido, pero no. De repente a lo lejos hay una figura delgada, no tan musculosa como Impiro, parecía oriental. Usaba pantalón marrón, en el brazo izquierdo tenía una muñequera de hierro, un gorro raro, orejas puntiagudas, y un arma que de un lado tenía una punta con… uno, dos, tres pinchos, y del otro lado como ruedas filosas, tal vez para cortar un cuello. Era un guerrero oriental, pero yo no tenía miedo. Era más mi deseo de dialogar con alguien.

 

- ¡Alto!

- ¿Temes a una mujer?

- No temo a nadie, pero cuando estoy en un terreno, pasa quien yo quiero.

-Está bien. Veo que estás solo. ¿Podemos conversar?

- ¿Quién eres?

- Me llamo Nadia.

- ¿De dónde eres?

- ¡Jajajá! (risa triste) ¡De ningún lado o de todos! Soy una… una guerrera se podría decir. Y tú, ¿quién eres?

- Mi nombre es Irchi.



- Irchi. ¡He escuchado hablar de ti! Eres perfecto lanzando jabalinas, eres perfecto con el arco y las flechas; y eres casi invencible con esa arma que tienes.

- Bueno… Puedes obviar el casi.

- Los hombres, los hombres, los hombres… Ese sentido machista que tenéis. ¡Todos son iguales!

- ¿A quién más te refieres?

- Bueno, hace poco estuve dialogando con Impiro.

- ¡Impiro! ¡¿Y tú que tienes que ver con Impiro?!

- Nada.

- ¿Y qué hace por esta zona? Él está muy al norte.

- Nada… Supongo que estará pasando por una crisis como la que estoy pasando yo.

- ¿Qué crisis tienes tú? Si precisas compañía masculina… ¡Aquí estoy!

- No (con desánimo). Preciso compañía, pero no de la manera que tú lo hablas. Preciso compañía para paliar mi soledad.

- Y, ¿dónde está tu familia, Nadia?

- Enterrada, Irchi. ¿Y dónde está la tuya?

- Hace varias rotaciones que no tengo lazos sanguíneos con nadie. Estoy alejado de mis dos hermanos: Irque es un busca pleitos y hace cientos de amaneceres que no lo veo. E Irsek, el más pequeño, con su afán de tener aventuras, nunca está más de dos días en un lugar y es él quien se aleja de mí. Por eso digo que no tengo lazos sanguíneos con nadie. Los únicos lazos sanguíneos son los que derramo en batalla.

-Es muy crudo oir eso...- comenté.

Irchi me miró detenidamente y exclamó:

-¡Que raro, Nadia, que has estado con Impiro y has salido indemne!

- Sí. Supongo que como no le demostré miedo, no le desperté su instinto depredador. O… ¡me vio más como un hombre! Intercambiamos unos minutos de lucha.

Irchi se extrañó y preguntó:

- ¿Has luchado con Impiro?

- ¡Sí! Pero no fue nada serio.... como si Impiro tuviese su mente en otra parte...

- ¿Por qué dices eso?

- No sé... habló conmigo como si fuese su gran confidente. Este es un día raro. Este es un día que no entiendo.

- ¿Y de qué quieres hablar mujer?

- No sé. Me gustaría saber las costumbres de los seres orientales.

- No soy oriental puro... mi padre era de otra región y mi madre era oriental, aunque respeto las costumbres orientales. Somos un pueblo muy respetuoso de las costumbres justamente. Tenemos honor, que no lo tienen las tribus del norte, que no lo tienen las tribus del oeste, que no lo tienen las tribus de la costa. Tenemos honor. A nosotros no nos interesa entrar en batalla para conquistar territorios. Defendemos lo nuestro. Tenemos costumbres estrictas, pero respetamos también al enemigo. Valoramos a aquel que es un buen guerrero. Tenemos costumbres que para nosotros son muy buenas. El que comanda va al frente, no se queda atrás como un niño cobarde, mandando a sus soldados a la batalla.

- Sí, Irchi, pero tengo entendido que tú eres solitario. He oído hablar de tí. Tú estás en las montañas. No te metes con nadie. Muy pocas veces has entrado en batalla, aunque también tienes fama de ser muy bueno con tus armas.

– ¿No te preguntas, Nadia, de donde sale la fama?- inquirió irónicamente Irchi.

 

Y hablamos hasta el anochecer. Volví para la aldea más próxima. Me alojé en una posada y al día siguiente temprano partí rumbo hacía el oeste. En ese momento, en el valle, vi un guerrero que tenía dos espadas. Estaba completamente uniformado con su cabello negro largo. Tenía pedazos de hierro en el hombro, en los codos, en las rodillas, pero a su vez era un traje cómodo; y había seis hombres que lo rodeaban. Desenvainó su espada más larga y se defendió del ataque de los bandoleros. Muy pocas veces vi a un hombre tan diestro, pero así y todo seis hombres era mucho para él; porque no eran hombres comunes que un minuto los hubiera vencido. Eran bandidos expertos. Me acerqué, desenvainé mi espada y uno de los hombres se acercó a mí.

- Mujer, bienvenida seas. Luego que matemos al viajero, nos haremos cargo de tí antes de matarte.

 

A veces el hombre es tan tonto que no se da cuenta y no mide a quien tiene al lado. Cuando se dio cuenta del peligro ya le había cercenado el cuello y otro de ellos, hecho una furia, se acercó a mí, ¡pero tampoco pensó! Y ya tenía mi espada clavada en el estómago y se sacó su furia con la muerte. Y el joven guerrero dio fácil cuenta de los otros cuatro. Tardó más de un minuto en recobrar el aliento de nuevo y cuando me mira, vi que también era de rasgos orientales y le dije:

 

- ¿Te has dado cuenta de que te he salvado la vida? O seguro que como machista me dirás: -¡Oh, no, no! ¡Yo podía con los seis!

- No, mujer. Quizá. Quizá me hubieran vencido porque eran buenos espadachines y como tengo ojos hasta en la nuca, figurativamente hablando, me di cuenta que contigo se confiaron. Si no, no sé si hubieras podido con ellos. ¿Cómo te llamas?

- Nadia. Y para que no me preguntes te diré que no sé de donde soy. Soy de todos lados. No tengo familia. Gano dinero en torneos de espada. Me gusta beber. Estoy con un hombre cuando yo quiero, no cuando el hombre quiere. A veces estoy en alguna batalla. A veces voy a la zona central. Me gusta mucho divertirme en los teatros de los fines de semana. Mm. Me gustan mucho los animales pequeños. No tengo casa. No tengo familia. Ya te he dicho todo. ¡Cuéntame de ti!

- Mi nombre es Jonus.




- ¡Jonus! ¡Nadie más que Jonus podía pelear tan bien con la espada! Creo que en todo el planeta no hay nadie mejor que tú. Ni siquiera Ligor.

- Estoy de acuerdo contigo, mujer.

- Si participarás en torneos no tendrías donde tener todo el dinero que ganarías.

- No me interesa. Mi ambición es otra. Mi ambición es enseñar a los jóvenes el arte de la espada para que puedan defenderse. El verdadero arte de la espada, estimada mujer, no es la violencia. Es templar el espíritu.

- ¡Discúlpame, Jonus! Luchar con la espada es absolutamente violento.

- Claro, mujer... porque no te han enseñado lo que es la verdadera espada.

- ¡Ja! No es por despreciar, Jonus, pero la manejo bastante bien.

- ¡Ven!

Tenía una alforja larga y sacó dos espadas de madera.

- Toma. – me lanzó una que la tomé en el aire. – Vamos a 10 puntos. Pelea de la manera que quieras. Con una mano, con las dos manos. Utiliza el arte que más te guste. Tócame en cualquier parte del cuerpo. Vale todo. Hasta de la rodilla para abajo. Tócame donde sea que me puedas imposibilitar. Yo te tocaré a tí lo más despacio que pueda. A 10 puntos.

 

Y mientras estaba hablando lancé mi primera estocada que la frenó apenas mirándome y me tocó el costado de la cara. Y dos, y tres y cuatro… ¡Y casi llego! Y cinco, y seis, y siete… ¡Casi lo toco nuevamente! Y ocho, y nueve y diez.

 

- Mujer, te he ganado 10 veces, porque cada estocada que te di era mortal. Y sin embargo, no es violencia. La espada debe ser utilizada para el bien, para defenderse de los maleantes, para ayudar al necesitado.

 

- Jonus, no quiero dejar de lado tu compañía. En este momento me has cogido con poco dinero, pero me gustaría a cambio de algunas monedas que me enseñarás el arte de tu esgrima.

- Te lo enseñaré gratis si me brindas tu compañía.

- ¡Eso es lo que busco! Compañía.

- ¡Pero mujer, no me malentiendas! Lo que yo busco es hablar, contar mis costumbres… Si el día de mañana se da una intimidad, que se dé, pero no es lo que busco.

- Jonus, ¡me estás leyendo el pensamiento! La compañía que yo busco es intercambiar ideas, costumbres y si me enseñas esa hermosa esgrima que tú haces es como que es un regalo del cielo. Tengo una soledad que me carcome los huesos y que me golpea más que tu espada.

- Bien. Este es un comienzo, Nadia.

- Este es un comienzo, Jonus. ¡Espero que sea un comienzo!

1) Cantimplora.

2) Echar un pulso.


 

 

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