Relatos sobre Aldebarán 8:
Relato de Gabador
- 1ra parte:
En distintas vidas encarnamos con
prejuicios, y a veces buscamos el defecto en el otro y sacamos a relucir
supuestas virtudes en nuestra persona. Nos invade el ego, la intolerancia y los
prejuicios, obviamente. Y no todas las veces los actos hostiles son producidos
por hechos violentos: el desprecio, la indiferencia, el desdén… también son
actos hostiles.
No todas las vidas son iguales, ni
tampoco las vivencias de cada una de ellas. Hace muchos de vuestros siglos
encarné en el cuarto planeta de la estrella Aldebarán, al que los nativos
llamábamos Umbro.
En ese mundo era lo que vosotros
seguramente llamaríais un mozo de cuadra, cuidando a esas cabalgaduras que en
Aldebarán IV se llaman Hoyumans, muy similares a los caballos terrestres. Había
lo que aquí llamaríais un terrateniente, que era dueño de medio poblado, de
varios campos en una de las regiones en la zona central del continente. Era una
zona cálida del planeta.
Estábamos lejos de las miserias de otros poblados, de
los misterios del sur, lejos también de las grandes hordas del norte, esas
hordas que saqueaban grandes poblados… en el centro del planeta no pasaba eso,
al menos no tan seguido. Casi se podía decir que era un lugar seguro… obviamente
que había saqueadores en los caminos, pero la proporción era mínima.
Mi nombre en ese mundo era Gabador.
Era un joven esbelto, atractivo para las jóvenes del lugar, no tenía ningún don
en especial… simplemente el don de la simpatía, y era muy pretencioso en cuanto
a gustos.
Odiaba terriblemente al terrateniente, porque aparte, tenía en el centro del poblado un gigantesco comercio de cueros y ganaba muchísimo. Pero no se trata de envidia, lo que pasa es que explotaba a sus empleados en el pueblo y también explotaba a la gente en la gigantesca hacienda, pagándole míseros metales…
(Fuerte suspiro…) Había una
joven doncella trabajando allí como criada, Valisel. Me presenté a ella, era
seis años más joven que yo, y es como que en seguida nos tuvimos una gran
simpatía, pero claro, tenía que vencer la barrera de su timidez. Obviamente las
charlas, el poder dialogar… lo podíamos hacer únicamente en las horas de
descanso, que tampoco eran muchas. Empecé una relación con ella: primero de
amistad y luego amorosa. Sentí como que toda la penuria de las últimas
rotaciones en esa encarnación, en esas pocas lunas con esta niña, se me pasaba…
pero claro, ella era como una especie de criada de la hacienda y
el dinero que tenía era
muy poco.
Sumado al mío, entre los dos, lo que cobrábamos al final de cada
jornada, no alcanzaba
a equiparar lo que ganaba un empleado del comercio del centro
del pueblo cercano…
Cada seis jornadas había un descanso,
donde íbamos en un carromato tirado por un hoyuman hasta el pueblo. Había actos
de variedades: gente que
lanzaba fuego
por la boca, gente que trabajaba haciendo
equilibrios… como vuestros circos en Sol III.
También, en una
plaza, se
juntaban abruptamente y armaban un escenario para hacer lo que aquí llamaríais
teatro, y representaban batallas épicas, imaginarias… representaban a un gran
guerrero del norte que dominaba todo lo que era la energía del rayo: Ligor. Y
aquí había supuestamente actores que lo representaban, y nos reíamos porque no
conocíamos a Ligor, al verdadero Ligor, pero sabíamos que era alguien esbelto y
fuerte, y los actores que tú veías tenían una prominencia terrible en la
barriga, estando muy por encima de su peso… era más cómico que otra cosa, pero
lo pasábamos bien dentro de todo, dentro de nuestras miserias.
Prácticamente una sirvienta y un mozo de cuadra, entre los dos no hacíamos uno
a nivel económico…
por lo menos, eso era lo que yo pensaba.
(Suspiro…) Uno piensa tantas cosas… uno prejuzga… Quizás es como que siempre
fui humilde y le daba valor al dinero, y no valoraba lo que tenía al lado mío.
Verdaderamente, nunca me jacté de conocer el sexo opuesto a pesar de que he
salido con distintas jóvenes, pero sé que Valisel tenía un gran sentimiento por
mí y, el hecho de escucharme hablar de grandes proyectos, la hacían sentir poca cosa.
-¿Qué te
puedo brindar?-
me decía…
-Soy sólo una
criada-.
-¿Qué te puedo brindar yo? Soy
un mozo de cuadra, no tenemos nada-
en realidad lo teníamos todo… pero para nosotros eso era nada.
Los roles de ego, los prejuicios...
la gran lucha…
A veces te sientes poca
cosa cuando eres simplemente un peón de cuadra, cuidando hoyumans, y a veces la
vida te compensa como me compensó cuando conocí a Valisel,
que era una criada seis años más joven que yo. Simpatizamos, empezamos a salir,
y finalmente tuvimos una relación amorosa. Fueron épocas espectaculares,
hermosas…
Yo me sentía feliz en la cuadra a
cargo de los hoyumans. Sabía que el
terrateniente, que a su vez era
dueño de varios comercios
en el pueblo principal de la región,
era totalmente avaro... salvo cuando se
encaprichaba con algo... podía ser un campo, un hoyuman pinto, una mujer... y
allí sí no tenía reparos en gastar sus metales, como le llamábamos a las
monedas. El terrateniente era
un hombre gordo, obeso, de mal carácter, pero con muy
buena
posición económica.
Él
quería metal, metal, metal… ganaba mucho metal, a diferencia mía que no ganaba
nada o de Valisel,
que se conformaba con tener un mísero plato de comida.
Con Valisel llegamos
a tener un romance muy profundo, nos adorábamos… pero luego de varios
amaneceres, un día la encuentro con el rostro más bien serio, preocupado.
-No te tiene que importar lo que hacemos, siempre fuiste una criada y yo fui siempre un mozo de cuadra. Lo importante ahora es que podamos renunciar a nuestros trabajos y nos vayamos a instalar a otro lado.
-No- me decía ella, -porque tenemos que juntar muchos metales, muchos. Con los metales que tú tienes y con los que yo gano, ni siquiera lo gana un empleado de otro poblado.
El fin de semana, una de las veces que
fuimos a la plaza del pueblo a ver una de las tantas obras de teatro, ella me
dice:
-Voy al servicio.
-Está bien, ve- respondí.
-Guárdame la cartera.
Así lo hice, pero yo, tremendamente curioso, le
abrí el bolso y me sorprendí:
ví que tenía un montón de metales, metales que
ni siquiera podría haber ganado en mil amaneceres, y no lo entendía, no entendía
nada… me sentía descolocado, completamente descolocado. Pensé mil cosas, y ella
me decía:
-Tenemos que juntar metales para podernos ir a otro lado.
¿Y qué era lo que ella tenía en el bolso?
Cuando
Valisel volvió no le dije nada.
Estaba pensativo, pero me había quedado mal,
aunque mi rostro no lo reflejara…
Un día, cuando terminó la jornada de
trabajo, al fin de la cuarta hora, busco a mi amada y no la encuentro, pero
bueno… pienso que habrá ido a hacer alguna diligencia. A todo esto, uno de los
hoyumans se sentía mal –vomitaba-, y tenía que ir hasta el poblado a buscar una
hierba sanadora. Pero claro, tenía que molestar al terrateniente, a pedirle
metales,
y marché hasta la hacienda. Golpeé la puerta, no me atendió nadie… no estaba
siquiera el capataz. Me atreví y entré, lo llamé por el nombre, y nada…
silencio. Subí los escalones, entré al cuarto del terrateniente y la vi a ella
acostada con el hombre, con esa carne fofa, gorda, grasienta… y me quedé en
estado de shock, como tildado, sin reaccionar, sin hacer absolutamente nada, ni
un gesto en mi semblante. Salí corriendo, bajando los escalones de dos en dos, y
me fui a refugiar en la cuadra. Ella me siguió detrás, acomodándose la ropa, y
me abrazó… Me sacudí, me tomó del cuello y me dijo:
-Esto lo hice por ti, ¿por qué te crees que tengo tantos metales? Porque así nos podemos instalar donde tú quieras. El respeto que te tengo hizo que yo haya hecho esto.
Le espeté en el rostro:
-¿De qué respeto me hablas? ¿¿De qué
respeto me hablas?? A mí no me importa vivir en medio del bosque y no tener
ningún metal, ¡me importaba tenerte a ti!-.
-¡Pero me tienes! ¿Por qué te crees que hice esto?-.
-¡No! ¡No te tengo!
-Es que a
mí-
me dijo… -haber estado con esa persona, el
terrateniente, ¡me dio asco!-.
-¡Jé! Yo, la verdad, no creo-
le respondí
–que te de ni la décima parte de asco del
que tú me das ahora-. La empujé, la rechacé…
Me abrazó:
-¡Pero lo hice por ti!-.
-No...!!
Porque si tú me conocieras, en las cuatro lunas que salimos, no hubieras
hecho absolutamente nada, porque te lo reitero: a mí no me interesa el metal, a
mí me interesa tu persona, lo que tienes adentro-
y le di un empujón, ¡y le abrí el
bolso y le tiré todas las monedas metálicas!
Monté en
un
hoyuman, un hoyuman mío que
había comprado en el largo de todos estos amaneceres.
Me puse una cazadora de
piel de un animal parecido a vuestro zorro de Sol III, que también la había
pagado con los metales que había ganado, y me fui
en mi cabalgadura para el lado
del norte.
Amaneceres, más amaneceres… mascando unas hierbas adictivas, pero que
el mismo jugo de esas hierbas podía lastimar todos mis órganos internos… pero me
había hecho adicto a esas hierbas. ¡Qué me importaba de mí! ¡Qué me importaba de
mi vida! Esa estúpida mujer se había entregado a ese hombre creyendo que a mí me
haría feliz con los metales... Estaba casi arruinado físicamente... hasta que
finalmente llego a un poblado del norte y me encuentro con un guerrero. Él se
presenta como Ligor, lo miro y no lo podía creer… me preguntó el nombre y le
dije:
-Gabador- hice una pausa -¿Sabes que en los teatros de la zona central relatan tus hazañas con espadas de madera? Y los actores que te representan no son ni la mitad de lo que eres tú.
Ligor me dijo: -Todos somos mortales, nadie es mejor que otro.
-Perdona
que te contradiga-
le respondí
-pero he tenido una experiencia amorosa que
si me permites te la contaré.
Ligor no solo me escuchó, sino que también me comentó que esa hierba
acabaría conmigo... y ninguna desilusión valía más que mi vida.
Estaba tan reactivo que pensaba que es más fácil dar
consejo que llevarlos a cabo.
Pero verdaderamente, no masqué más
hierba. Quería darme la oportunidad para ser feliz, porque tenía engramas de
abandono, engramas de traición, engramas de desprecio, engramas de ser poca
cosa, engramas de no sentir nada por nadie, engramas de desconfiar de la gente,
de sentir que no era útil para nadie… Y pensé que con la gente de Ligor podía
salir adelante. Él me aceptó, y yo aproveché la mano que me tendió. Pero los
engramas no se sacan con un chasquido de dedos, los engramas se llevan sobre los
hombros conceptuales. De la misma manera que aún cargo con algunos engramas,
debo reconocer el tremendo agradecimiento a Ligor, ya que cambió mi vida por
completo.
Gabador, el mozo de cuadra, iba a tener una nueva vida sin traiciones,
sin desprecios, sin abandonos…
Gracias por
escucharme…
Relato de Valisel:
Si nosotros
creemos que tenemos un conocimiento total, estamos equivocados. Debemos entender
que cada vida, que cada momento es distinto a todo lo imaginado, a todo lo
vivido anteriormente. Hay distintas circunstancias en la vida que te dejan con
marcas, distintas circunstancias que uno no puede creer,
aun queriendo hacer las
cosas bien. ¿Cómo puedes equivocarte y todo lo
que planificas te sale mal?
Nací en la zona ecuatorial de Umbro.
Fui criada como mucama, igual que mi madre. Siempre fui humilde, siempre busqué
lograr cosas, pero no para mi beneficio, sino para el beneficio de los demás.
Conocí a Gabador, un mozo de cuadra.
Amable, atento… como ningún otro joven que había conocido antes. Nos hicimos
amigos y empezamos a frecuentarnos, pero no teníamos metales para formar nuestra
propia vida. Una vez tuve un mal pensamiento: nuestro patrón –el terrateniente-,
tenía en su casa un cofre lleno de metales… y con uno sólo, ¡con uno sólo! ya
tenías para comprar comida para una semana… pero nunca se me pasó por la cabeza
robar nada porque intentaba ser honrada, pero por otro lado sabía que Gabador
era mozo de cuadra y no me iba a dar un futuro.
Mamá y papá murieron jóvenes. Ella fue una criada,
igual que yo y papá, un obrero en el campo
que murió joven… y no quería terminar
así. Un día el patrón me llama a la hacienda y me dice:
-Conmigo puedes tener un futuro- y me
muestra el arcón con los metales.
Pensé que me estaba diciendo como que quería
que yo fuera la señora de la casa, pero no era así… Él tenía varias mucamas a su
disposición y les daba como premio un par de metales, y entonces yo me puse a
pensar: Un par de metales hoy, un par de metales al
siguiente amanecer… y al otro… en varias lunas podría tener una bolsa llena de
metales y podría irme con Gabador a otra región. Yo despreciaba al terrateniente
porque era una persona que tenía una mirada que no me gustaba, no era amable, no
era atento, para él era todo comprar con metal una casa, animales, tierras y
hasta un comercio en el pueblo... pero no pensé en mí, pensé en Gabador, en lo
que le podría ofrecer el día de mañana, y así le cambié al terrateniente
caricias por metales, los cuales fui juntado en una bolsa que escondía en un
hueco de mi humilde habitación, mientras la relación con Gabador se
profundizaba. Pero una tarde que fuimos a ver una obra de teatro en la plaza del
poblado, él me revisa el bolso y ve los
metales, pero se calló, no dijo nada… a partir de ese día lo miré con la tensión
porque veía en sus ojos algo distinto.
Una tarde me manda llamar el terrateniente y me dice:
-Arminia está enferma, ven tú-, me tiró un par de metales, los cogí
y los guardé en mi bolso, y estuve con él haciéndole caricias; y Gabador, que
tenía que buscar unas hierbas en el poblado para un animal que se sentía mal,
golpeó la puerta y no lo escuchamos… subió a los aposentos y nos vio. Salió
corriendo y yo corrí tras él, y le expliqué, le expliqué… pero no me entendió, y
me dice: -A mí no me importan los metales,
¡yo trabajando los iba a lograr! ¡Las caricias eran para mí, no para esa persona
tan lasciva!-. Me quedaron distintos engramas de entender que, a veces en un
mundo entero, ¡en un mundo entero!, conoces a una persona entre mil que tenga
valores, que te sepa apreciar por lo que eres por dentro, no por lo que te ves
por fuera… porque todo el mundo te mira como tú te muestras, y así no saben leer
tu alma… y Gabador sí. Le insistí que para mí las caricias al terrateniente no
significaban nada, que con eso nos labrábamos un futuro.
-¿Qué futuro?- me respondió
-¡No hay ningún futuro!-. Le dije:
-¡Pero mira mi bolso!-, me tiró el
bolso y los metales cayeron a la tierra. Cogió sus cosas y su cabalgadura y se
marchó.
¿Cómo tenemos que obrar en cada vida?
¿Cómo valorar lo que verdaderamente es importante? ¿Cómo entender lo valioso, si
cuando nos damos cuenta ya los amaneceres pasaron? Y nos miramos en el agua del
lago y vemos que ya no somos jóvenes, y que no hemos hecho lo que queríamos, y
nos ponemos a pensar: ¿qué queremos de nosotros mismos? Pero ya sea en Umbro o
en Sol III, donde hoy estoy encarnada, miro a la gente y la veo con los ojos
vacíos, con las miradas ausentes, sonríen y hablan automáticamente… Percibo como
que no sienten, como que no entienden la vida, como que no entienden el camino,
como si hicieran las cosas de memoria… y yo no soy así, puedo equivocarme...
en distintas encarnaciones me he equivocado, y muchos aprenden de sus
equivocaciones ¡pero otros no! ¿¿Pero quién me sabe explicar lo que es la vida??
Si es posible, aprovechando la gentileza de este
receptáculo, quiero que ya mismo venga un Maestro de Luz: el propio tethán de
este receptáculo, si puede; y yo lo voy a conceptuar y que me diga qué es la
vida, qué hay que esperar, por qué hay gente que no perdona, que no comprende,
por qué hay gente a la que le eres indiferente, por qué hay gente que prejuzga…
¿Cómo hacer para no estar vacío? Aquí percibo
He dicho lo que tenía que tenía que
decir.
Johnakan Ur-El:
Queridos
hermanos, primero que todo mando toda mi Luz, y voy a responder las inquietudes
de este querido tethán que ha encarnado como femenino en distintas
oportunidades.
¿Qué es la vida? La vida es un cúmulo
de sensaciones, la vida es vivenciar cada momento sin dejar de percibir el
momento de los demás, la vida es entender que uno es importante y que la única
manera de tender una mano al otro es estar de pie uno primero, la vida es
entender que siempre va a haber indiferencia, la vida es entender que siempre va
a haber desamor hasta tanto ese ser no evolucione.
Hay un espíritu Maestro que está en mi plano, y que
dice: -¡Ten cuidado!, que el árbol no te obstaculice para ver el bosque-.
No te centres en el indiferente, en el inconformista sin razón; céntrate en ti,
hurga en tu interior, acepta lo importante que eres; porque todos, todos hemos
cometido errores en cada encarnación, graves o no, pero errores al fin, y si el
espíritu es inteligente aprende de esos errores, porque muchas veces, cuando la
opción que elegimos no es la correcta, directa o indirectamente también le
estamos enseñando a otros, y como dice el 10% de In-Amel:
-Todo es por algo-. Y de repente, ese camino que quizás no has
tomado, pero que te han empujado o te ha empujado la vida, es para que otros se
cojan de tu brazo y también anden el mismo sendero… y quizás no seas la guía,
quizás todos compartan el mismo camino, y que se guíen unos a los otros: que
todos sean la Luz y a la vez, que todos sean los ojos; porque la vida no es un
sinsentido, la vida tiene el sentido de la evolución, que muchos podrán
aprovechar... algunos en menor medida y otros directamente dejan la materia
inconclusa para otra vida, pero es así: el dejar la materia inconclusa también
es aprendizaje. No podemos señalar, porque cada vez que señalamos a otros nos
estamos señalando a nosotros.
Entonces, ¿dónde está la importancia? ¿Cómo
trascender a veces en una vida
donde la rutina y el ocio vencen a la
diversidad? A veces la diversidad la crea uno mediante proyectos… pequeñitos, no
importa, pero proyectos al fin. Uno crea ese destino, uno debe aprovecharlo, uno
debe sentirlo… recién entonces podré indicarle a otro ese camino también, no
antes… no antes.
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