Relatos sobre Aldebarán IV:
La
Reina de las
Bestias:
Lar-Kadir, Thetán de M.A: Mi relato
es bastante atípico, ya que de pequeña tenía empatía
con todos los animales, sean mamíferos o reptiles.
Pero, a su vez, mi contacto con las personas era
bastante difícil. Mi padre era herrero, de pocas palabras, bastante tosco y seco
en su trato. Con madre apenas si hablaba. Llegaba a casa y ya tenía servido el
guisado, que lo devoraba en instantes, mientras se lo escuchaba comer de varias
líneas de distancia. Conmigo no hablaba nunca, pues estaba resentido con la vida
que, según él, le había negado un hijo varón... y por desgracia mi madre ya no
podía quedar embarazada.
A veces iba a emborracharse a la taberna y otras veces directamente no
venía a dormir. Mi madre estaba resignada... pero en su estrecha mente también
me culpaba por no haber nacido varón. Eso me alejaba más de la gente y me
acercaba más a los animales. No tenía amigas... me iba al bosque y me rodeaba de
distintos mamíferos.
Una tarde que estaba recostada junto a un árbol escuché un fuerte rugido,
observando que los pequeños roedores huían. Levanté la vista y había un enorme
Úrsido, similar a los osos de Sol III, acercándose a mí. Se paró en dos patas,
amenazante, pero no me dió miedo. Mentalmente deseé que se calmara y la bestia
cambió su actitud. Llegó hasta mí en cuatro patas, agachando su cabeza, la cual
acaricié. Me lamió con su lengua áspera y quise probar si de verdad mi mente
tenía el Don de mandar sobre las bestias.
-¡Vete!- pensé... y el Úrsido se alejó pacíficamente.
¡Me sentía exultante! Marché a casa y me puse mi mejor vestido.
Fui hasta el poblado y entablé conversación con dos niñas, con las que me
veía a menudo, pero con las que casi nunca hablaba. Les conté que tenía el poder de mandar a
los úrsidos y ambas largaron una estridente carcajada.
-¡Miranda está loca!- comentó una de ellas. La otra la tomó del brazo y exclamó:
-Vamos, que quizás su locura sea contagiosa.
-¡Pero es verdad!- argumenté, sujetando a la más cercana del hombro. Ambas
reaccionaron y me empujaron con fuerza, tirándome al barro. Mi vestido quedó
todo cubierto de lodo y mi rostro bañado en lágrimas.
Regresé a casa. Mi padre ya estaba allí y al verme toda sucia, cogió su látigo
y me pegó varias veces en la espalda... pero me dolió más la indiferencia de mi
madre, que miraba pasiva la escena.
Fui creciendo y mis poderes se incrementaron. Pasé la adolescencia y una tarde
mi madre me comentó llorando que a padre lo habían matado en una reyerta por un
juego de barajas. No quiero ser hipócrita, confieso que no me inmuté.
Al poco tiempo dejé mi hogar y marché hacia las montañas del Norte. Mi madre me
imploró que me quede, exclamando:
-¿Ahora qué va a ser de mí?- O sea, ella no me quería... solo me necesitaba para
cubrir su soledad.
Me fuí sin mirar atrás... y luego de varias jornadas llegué a destino.
Por alguna razón no solo mi mente tenía poderes telepáticos sobre las Bestias,
sino que mi cuerpo sufría bastante el calor y el frío de las cumbres era
reconfortante para mí.
En medio de las montañas había un valle nevado, con un enorme lago, donde ví
nuevas especies de reptiles. En el último poblado había encontrado un casco
metálico con cuernos y lo usaba asiduamente. Me gustaba sumergirme en las aguas
heladas del lago y practicaba mi poder mental con los reptiles acuáticos.
Me habitué a esa vida y solo iba al poblado cercano a
conseguir víveres, que canjeaba en el mercado por peces que les llevaba
periódicamente.
Una mañana llegué a una aldea situada más al norte y la encontré arrasada. Un
anciano me comentó que habían sido las huestes de Borius, un guerrero
sanguinario e impiadoso. En ese momento, mi mente tuvo una visión... ¿Por qué no
utilizar a las bestias para frenar a Borius?
Sería cuestión de entrenar a mis queridas bestias para enfrentarlo.
Una de mis virtudes era la paciencia, así que cientos de amaneceres me vieron
comenzando la perseverante tarea de "domesticar" a mis queridas bestias para la
batalla que ya tenía planificada.
Pero así como había escuchado hablar que más al Norte un tal Storm dirigía a
unos hombres alados, yo tuve la suerte de encontrar una comunidad de hombres
reptiles que, al igual que los mamíferos y los reptiles acuáticos, se
subordinaron a mi mando.
Quizás la tarea más difícil fue que las bestias respetaran a esta raza que se
sumaba a mis fuerzas.
En la comarca ya sabía de mí y me denominaban "La Reina de las Bestias".
Muchos amaneceres después, llegó a mis oídos que las huestes de Borius marchaban
hacia un poblado cercano y hacia allí fui con mi inusual ejército.
El recuerdo de la primera contienda me trae mucho dolor. No es mi
intencion ser hipócrita... reconozco que no senti piedad ni remordimiento alguno
por los guerreros de Borius muertos en batalla, pero si se me desgarraba el
corazón al ver a mis queridas bestias agonizantes, con dos o tres flechas
atravesando sus cuerpos.
Las huestes del Norte se fueron en retirada, pero no había victoria que
festejar, viendo los cuerpos exánimes de ambos bandos.
De todas maneras esa batalla se comentó en toda la región y si bien los
lugareños temian a mis bestias, ahora se abrazaban a una esperanza: Miranda, la
Reina de las Bestias, podia frenar los embates del odiado Borius.
Pero lamentablemente había mas guerreros despiadados en la zona Norte. Y sus
huestes eran tan o más temibles que las de Borius. Uno de esos guerreros era más
de temer que Borius, pues su crueldad era analítica y no reactiva. O sea,
pensaba la estrategia a emplear antes de atacar. Su mente era fría, su alma era
helada. Hablo de Prazer, un gigante de cabeza afeitada, ojos pequeños y
mirada cruel.
Lo más sobresaliente era su exacerbado ego, que lo hacía vestirse como un
monarca y portaba una gigantesca espada toda labrada. En las aldeas que saqueba
no dejaba sobrevivientes ni tomaba prisioneros, argumentando que de esa manera
nadie lo atacaría luego por la espalda.
Dos veces nos cruzamos con Prazer y en ambas le diezmamos bastante su filas.
Otro de los guerreros que asolaba comarcas era Uruk. Su edad avanzada se notaba
en su cabello blanco y largo, pero su cuerpo seguía siendo musculoso y su
mirada, temible.
Había perdido a su hijo mayor en un combate contra un
pueblo turanio y el rencor no lo dejaba vivir. Lo enfrenté con mis queridas
bestias en una aldea de las montañas y le causé numerosas bajas. Una de ellas
era su hijo menor, por lo que yo me había transformado en su mayor enemiga y me
quería matar con sus propias manos.
Tuvimos oportunidad de enfrentarnos cuerpo a cuerpo y era más fuerte de lo que
yo me imaginaba. Además, yo no era tan hábil con la espada. En un momento dado
caí de espaldas y Uruk pegó un gruñido de júbilo. Un segundo después lanzaba un
grito desgarrador, pues Arak, uno de los hombres reptiles le había clavado un
puñal en su hombro derecho, haciéndole soltar su espada. Con su puño izquierdo
golpeó a Arak con tal fuerza que lo lanzó contra las rocas, dejándolo
desvanecido. Muchas de las bestias me auxiliaron y Uruk retrocedió. Montó en su
hoyuman y girando su cabeza, me miró fijamente, exclamando:
-No me olvidaré de tí.
Yo tampoco me olvidaría de su mirada.
Hemos tenido muchos encuentros desgarradores contra las
hordas del norte, pero luego de tantas rotaciones mi cuarpo me pedía un
descanso. Umbro no solo era asolado por guerreros... también había muchos tiranos
que sometían a sus pueblos cobrando grandes impuestos,
sin importarles si pasaban hambre o les afectaba una peste.
Me retiré a una región montañosa camino a la región oriental, pero lejos
de todo lugar habitado. Había frondosos bosques en esas
montañas y arroyos con aguas casi trasparentes. Ví unos
úrsidos grises, más grandes que los que yo conocía, y también una especie de panteras negras,
más robustas que las panteras
de Sol III, más peludas y con colmillos
como el tigre dientes de sable que habitó
Las bestias eran mis amigas, pero por las noches no podía parar de
llorar, pues si bien evité cientos de muertes, también presencié como mis
hermanas quedaban tiradas sin vida en esas
sangrientas batallas.
No sé si me generé
karmas, pero yo entendía que defender poblados
era mi Misión en Umbro.
Tampoco sabía cuanto duraría mi retiro...
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