Relatos sobre Aldebarán IV:

Médium: Jorge Olguín.

Interlocutor: Jesús E.

 



Ligor, su infancia y el Poder del Rayo:

Interlocutor: ¿Cómo descubriste el Poder del Rayo?
 

Ra-El-Dan: Es una historia muy simpática. Todos los niños del poblado estábamos juntos en un local de Instrucción Previa, similar al Jardín de Infantes de Sol III.  Éramos como 30 pequeños. Yo no era muy fuerte corporalmente a los 4 años, al contrario, era muy delgadito y de carácter mas bien tímido. Otros niños me golpeaban y me sacaban los entretenimientos. Entonces, yo los sacudía. Sacudir significaba que los tomaba de su hombro o de sus brazos y les lanzaba pequeñas descargas, y ellos se ponían a llorar. Y la cuidadora preguntaba que había pasado, porque nbo entendía nada. Incluso alguno tenía en la piel como una pequeña quemadura. Pero jamás la cuidadora iba a pensar que esas marcas las podía haber causado yo. Y te estoy hablando de que era muy pequeño, pero ya tenía el entendimiento de la molestia que le podía causar a quien me agredía. Cuando todos los niños cayeron en cuenta de que yo tenía algo extraño en mis manos, que podía dañarlos, no me molestaron más. Cuando cumplí el equivalente a 6 de vuestros años, pasé a primer grado de Instrucción... y allí pasó lo mismo. Todo niño que me molestaba o quería agredirme, yo lo sacudía. Le tomaba las manos, los hombro o el rostro y le daba sacudidas eléctricas. A partir de allí nunca más me molestaron.
De todas maneras luego fui desarrollando mi cuerpo y a los 12 de vuestros años mi padre me inscribió en un gimnasio de lucha dentro del Local de Instrucción, donde año tras año obtuve el primer puesto. Nunca más precisé de las descargas eléctricas para defenderme en los Cursos.
Recuerdo la primera vez que mi padre me llevó a las montañas a practicar el Poder del Rayo. me sorprendí, pues no sabía que podía dar más. Porque una cosa es que tú toques a alguien y le des una sacudida eléctrica y otra, que directamente puedas manejar el rayo de tal manera que hasta puedas pulverizar rocas. Obvio que no se dió de inmediato, sino que se fue gestando con el tiempo y la práctica. En esa parte de las montañas habitaban unos seres alados gigantescos que echaban un vapor que podía quemarte vivo. Eran similares a vusros míticos dragones y la primera vez que los ví reconozco que me asusté y alcé mis manos para lanzar el rayo. Mi padre me lo impidió, explicándome que él era amigo de ellos desde miuy joven. Dos de esas critauras se acercaron y me olfatearon como lo haría cualau9era de vuestro perros... pero imaginaos un rostro gigantesco que husmea tu rostro. Estaba paralizado
Mi paere me decía: -No demuestres temor porque lo olfatean.
-No, claro- exclamé en broma -Tengo a mi lado un bicho cuyo rostro es tan grande como todo mi cuerpo y me dices que no le demuestre miedo- Y un impulso me hizo lanzar una fuerte carcajada. El dragón se alejó bufando y luego se acercó, golpeándome con su morro. Su "suave" empujón me lanzó contra las rocas y le grité: -¡Oye! ¡Mira que eres bruto!- El otro bicho también me olfateó.
-¿Quieres montarlo?- inquirió mi padre.
-¿Qué...?
-Móntalo... yo montaré el otro.
-¡Pero no es un hoyuman... estos bichos vuelan!!!
-Te subes a su cuello y te aferras. Verás que no te pasará nada...
Así lo hice, mi padre me imitó y ambos dragones salieron despedidos a cielo abierto. Por suerte no sufría de vértigos.
-¿Sabes que se pueden entrenar para combate?- me cpmentó mi padre.
-¿De verdad? ¡Si apenas puedo sostenerme...!- le respondí.
-Es práctica, Ligor. Es práctica.
Y cada jornada por la tarde íbamos a las montañas a montar dragones. Ya me había familiarizado con más de veinte de ellos...
Pero de mañana no descuidaba los Cursos de Instrucción y a los 18 de vuestros años me anoté en un Torneo de Arkimé, similar a vuestras Artes Marciales mixtas.
Ambas actividades me apasionaban: Los combates y el montar dragones...


Pero quería más... y comencé la práctica con todo tipo de espadas, donde en poco tiempo me destaqué con una gran habilidad y no había nadie que me venciese.
Sabía que Umbro era un mundo salvaje, donde en muchas regiones se batallaba, pero yo me había criado cerca de la parte central donde no había tantas invasiones. Era todo más comercial, había muchas aldeas… En la región central había poblados de no más de 100 casas, construidas con la corteza de los árboles de allí.
En l
os poblados del Este, a orillas del océano, se veían menos jinetes y más carros de tiro. Recuerdo que a mis 11 años mi padre me dijo que me mandaría por un tiempo a un Curso de Instrucción del Este para que me vaya a adaptando a otras culturas y acepté a regañadientes.
Me encontré con chicos presumidos, muchos de ellos de familias ricas, y se creían que podían comenter todo tipos de desmanes sin ser reprendidos. Mi primer prueba de que podía manejar el rayo sin tocar a la persona ni hacerle lo que yo llamaba la sacudida, es que cuando un joven del asiento que estaba delante mío me molestaba una y otra vez. Yo no le respondía, pero observé que tenía la hoja con todas las tareas que había hecho la noche anterior y la había dejado a un costado de su pupitre. Ya estaba harto de que me viviera molestando e intencionalmente le tiré una descarga eléctrica a su hoja de tareas, que de inmediato se le prend fuego. Teníamos, en las alforjas unos palillos con una sustancia en la punta que cogía el mismo efecto que los fósforos o cerillas de Sol III y los profesores nos revisaron a los cuatro que estábamos detrás de ese chico. Miraron nuestras alforjas y nuestra ropa para ver si encontraban los palillos químicos… Nada. Aparte, en el suelo tampoco había ningún palillo químico usado. O sea, nadie supo como se incendió esa tarea. Tú, como interlocutor, pensarás: -“¡Pero que travesura que te has montado!”-  Pero era insoportable ver lo molesto que era ese varón. Si gustabas de una niña, él buscaba de ir primero y hablaba mal de los demás para tratar de acaparar su atención. Y bueno, esa fue mi venganza y asumo mi responsabilidad. En esa materia el chico estaba muy bien preparado, pero pensaron que él no había estudiado y de alguna manera se ingenió para poner algún líquido inflamable para incendiar la hoja. O sea, que él cargó con la culpa y desaprobó esa materia.
Antes de regresar a mi poblado le hice saber al chico que la responsabilidad había sido mía y esperaba que aprendiese la lección. Obvio que se enfureció y me lanzó un golpe, que yo esquivé con facilidad, tomando su brazo y lanzándolo sobre mi hombro, con poca fuerza, para no lastimarlo.

Al retornar a mi hogar, le pedí a mi padre de ir a las montañas... Extrañaba a los dragones, aun sabiendo que no era sencillo acostumbrarse a su imponente presencia...




 

     
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