Nota realizada por el Prof. Jorge Raúl Olguín
en 1997.
Voy a tratar de explicar el funcionamiento de la
mente reactiva impulsiva desde el punto de vista neurológico.
Sabemos que la mente reactiva impulsiva es mucho más rápida que la mente
analítica y actúa sin detenerse ni un instante a pensar en lo que está
haciendo. Su rapidez descarta la reflexión deliberada, que es el sello de la
mente analítica.
El cerebro humano tiene un centro llamado amígdala, un racimo en
forma de almendra de estructuras interconectadas que se asientan sobre el tronco
cerebral, en el hipocampo, y es la base de las emociones. Existen dos amígdalas, una a
cada costado de la cabeza y son mucho más voluminosas que la de nuestros primos
más cercanos en la escala de evolución: los primates.
En el hombre prehistórico la amígdala era una parte clave de ese cerebro
primitivo, pues actuaba como depósito de la memoria emocional. Pero esa
emoción impulsiva era necesaria para la supervivencia, pues su misma rapidez le
permitía al homínido tomar decisiones de milésimas de segundo, tales como:
¿Me lo como yo, o él me come a mí?
Cuando el cerebro fue evolucionando, sobre la corteza se añadieron varias capas
de células neuronales, formando la neocorteza, que era el asiento
de la intelectualidad. La neocorteza permitió el desarrollo del pensamiento
abstracto y, mientras las estructuras pertenecientes a la amígdala
desencadenaban respuestas emocionales impulsivas, la neocorteza permitió
agregar matices en la evolución de la especie, tales como ideas, lenguaje,
arte, símbolos y finalmente la escritura. También permitía un manejo racional
de las emociones, por ejemplo, el vínculo familiar (las especies que no poseen
neocorteza, como los reptiles, carecen de afecto maternal; cuando sus crías
salen del huevo, deben ocultarse para evitar ser devoradas).
En la actualidad, la amígdala puede hacer que nos pongamos en acción mientras
la neocorteza todavía está planificando como resolver el problema.
Joseph Le Doux, un neurólogo de la Universidad de Nueva York, fue el primero en
descubrir el papel clave que juega la amígdala en el cerebro emocional. Explica
que las señales sensoriales del ojo y del oído viajan primero al tálamo y de
allí a la amígdala. Una segunda señal viaja del tálamo a la neocorteza, el
cerebro pensante. Por eso la amígdala puede responder mucho antes que la
neocorteza, que elabora la información antes de percibirla plenamente y por
fin, luego de adaptar su respuesta, recién actúa. Debido a eso, algunas
reacciones emocionales pueden formarse sin la menor participación consciente y
cognitiva. Entonces, la amígdala puede desencadenar una respuesta emocional
antes de que los centros corticales hayan comprendido perfectamente lo que está
ocurriendo. Dado que el intervalo que se produce entre lo que activa una
emoción y su erupción puede ser prácticamente instantáneo, el mecanismo que
evalúa la necesidad de actuar es tan rápido que no entra en la conciencia. Por
eso la respuesta emocional invade al ser humano prácticamente antes de que se
de cuenta de lo que está pasando.
Ahora pasemos a lo que "piensa" la mente
emocional. A diferencia de la mente analítica, que se presta a un debate, la
mente emocional considera sus convicciones como absolutamente ciertas. Por eso
resulta tan difícil razonar con alguien que está emocionalmente perturbado: no
importa la sensatez del argumento que se le ofrezca desde un punto de vista
lógico; este no tiene ninguna validez si no es acorde con la convicción
emocional del momento.
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