Relatos sobre Aldebarán IV

 

Vivencias de Blonda

Es todo muy confuso, es todo poco claro; porque en cada vida, en cada vivencia sufrimos distintas experiencias que pueden ser emociones dolorosas, pérdidas, alejamientos e incluso pesares tan grandes que yo mismo como thetán me cuesta repasar esas vivencias aun sabiendo que con ese repaso voy a ir borrando esos implantes engrámicos.

 

Hace muchos siglos, muchas centurias, según las medidas de Sol 3, encarné en un mundo llamado Umbro como femenina. Mi nombre era Blonda, había encarnado en la región central, mi padre trabajaba en una granja, para lo que aquí sería un terrateniente, tenía muy poco carácter, su salario era mínimo. Y no solamente era maltratado de palabra por el patrón sino también por el capataz que se llamaba Emic.

 

Cuando cumplí catorce de vuestros años, el capitán Emic ya era un hombre grande. Recuerdo que yo siempre jugaba con mi imaginación, con mi mente, en un granero y me imaginaba que corría grandes aventuras. Aún siendo niña, adolescente, siempre me gustó escuchar historias de guerreros y las protagonizaba mentalmente, en uno de esos ensueños aparece el capataz en el granero. Yo sentía a nivel de piel, a nivel interior como cierto rechazo por esa persona. Porque el patrón: Don Gabor, era severo, pero miraba de frente y dentro de todo, aun pagando poco salario, lo veía con otros ojos. En cambio el capataz…tal vez era por la forma como que él me miraba. Y llegué incluso a sentir temor en su presencia. Cierra el portón del granero y se acerca a mí. Si bien yo era inocente, tenía el conocimiento por otras niñas de la intimidad entre varón y mujer. Y de la manera que este hombre me miraba, era de una manera que me retorcía el estómago. Cuando quiero escapar me coge del brazo izquierdo y me lanza contra una parva de heno. Me da varias bofetadas hasta dejarme casi sin conocimiento y lo siento encima mío queriéndome lastimar, queriendo tomarme…(sollozos) en ese momento me sentía totalmente indefensa y sin poder hacer nada. Era más mi dolor emocional que el malestar o la incomodidad física de esa persona. Por suerte esa incomodidad a penas duró instantes, porque supongo que el hombre con su excitación culminó sus instintos rápidamente.

 

Pero había una parte de mí, que yo no conocía. Había detrás de la parva un tridente similar a vuestras horquillas para coger el heno, la alfalfa. Y cuando el hombre se estaba acomodando las ropas, ignoro de donde saqué fuerzas porque era menudita. Tomé la horquilla con las dos manos (sollozos) y le clavé en la espalda. Cayó su cuerpo inerte en la tierra. No hice nada, me quedé llorando bastante tiempo. Luego tuve miedo, no por lo que este ser despreciable me había hecho, sino por lo que me iban a hacer a mí cuando se enterasen. Sentía como una molestia en mi cuerpo, me acomodé como pude la ropa, con mucha fuerza abrí el pesado portón y caminé hasta el arroyo donde me enjuagué el rostro, el cuerpo. Y disimuladamente llegué a casa y me recosté en mi camastro.

Mamá Cedra me dice:

-         Blonda, ¿Qué te sucede?

-         Madre, creo que tengo un poco de fiebre, alguna comida me ha caído mal

 

Recién al día siguiente descubrieron el cadáver del capataz y pensaron que era una venganza de algún hombre de la posada que habría perdido algunos metales en el juego de barajas y se habrá llegado a las tierras del patrón de mi padre a acabar con la vida del capataz. Quedo en mí el secreto y como no me gusta ser hipócrita: no me arrepentí, ni sentí ningún tipo de pesar. Y si bien valoraba la vida de todos los seres, amaba a los animales más que a muchas personas.

 

Cuando cumplí dieciocho de vuestros años, quizás el ejercicio o lo que vosotros llamáis en vuestro mundo la genética, hizo de mí una mujer robusta, corpulenta. Y con un joven labrador, con el cual nos hicimos amigos, pero era muy respetuoso, aprendí a defenderme y a tener seguridad. Al atardecer practicábamos con la espada y siendo él varón y siendo fuerte, yo siempre le ganaba. Algunos de vuestros meses después padre fallece por un problema pulmonar y al poco tiempo después le sigue madre.

 

El terrateniente no se apiada de mí, al contrario. Dice que donde nosotros vivíamos era su vivienda y que nosotros vivíamos “de prestado”. Pero mi mente trabajaba, pensaba, elucubraba. Sabía que el patrón viajaba a otra comarca, pensando en sacarles metales a otros comerciantes. Y aproveché para treparme por una ventana trasera de su hacienda, recorrí sus aposentos hasta que descubrí detrás de lo que en la tierra sería un placard, un hueco con una bolsa de distintos metales que me guardé en mi alforja. Y había una espada que sería de algún antecesor, padre, abuelo. Y con un cinto me lo até al cuerpo y del otro lado del cinto había lugar para un puñal. Tomé una cabalgadura, que en Umbro se llaman hoyuman, muy similares a los caballos y me marché. En la alforja llevaba provisiones: agua, metales… pero ningún recuerdo. Los recuerdos eran para mí un lastre que no me dejaría salir adelante. Y estaba tranquila y feliz y fui rumbo para el Norte. El episodio de tiempo atrás del capataz en el granero había quedado en el olvido, junto con el rencor, junto con el temor. Pero es tan poco lo que se conoce de cada ser. Es tan poco lo que uno mismo conoce del propio ser que hasta que no hay un detonante uno no sabe lo que es capaz de hacer y no sabe si sus recuerdos dolorosos, en verdad fueron superados o no.

 Blonda 1

En un camino apartado, se cruzan dos hombres. Yo sabía ver el aspecto de cada uno: no eran grandes guerreros, no eran de temer. Pero no dejaban de ser hombres y me doblaban en número, eran dos. Me cerraron el paso con sus cabalgaduras preguntándome donde iba. Y les respondí:

-         En sentido contrario a donde vais vosotros

-         Pues ya no. Hacía tiempo que necesitábamos una mujer, hacía tiempo que buscábamos un entretenimiento.

 

Hice como que consentía, baje de mi hoyuman, que era mi cabalgadura. Y sin darles tiempo a nada, en segundos, desenvainé mi espada y se la atravesé al que tenía más cerca, en el pecho. El otro alcanzó a sacar su espada y cruzamos, tres, cuatro, cinco, seis golpes. ¡Ay! (sentía un raspón) y me emanaba sangre de mi brazo izquierdo, pero fue en centésimas de segundo porque no pensaba, directamente actuaba. Mientras él me raspaba con su arma, con la mía le cortaba su garganta. Nunca me aproveché de las circunstancias, pero ellos ya no pertenecían al plano físico, por lo que revisé sus alforjas; donde tenían más metales, algo de comida, agua en un recipiente similar a la cantimplora y nada más que me era útil. Le saqué el lastre a sus cabalgaduras y las golpeé para que sean libres.

 Blonda 2

Y seguí con mi cabalgadura pensando en lo que había ocurrido y entendí que ese rencor de años atrás. Años terrestres atrás todavía lo tenía y me había provocado engramas porque los condicionamientos engrámicos no necesariamente en cada vida tienen que ser iguales y provocar temores similares al episodio dolorosos de esa vida anterior. Los condicionamientos pueden ser completamente distintos: condicionamientos a tratar con la gente, condicionamientos a encerrarse en uno mismo, condicionamientos a no ser tolerante con la injusticia,… may mil maneras de “evacuar” esos condicionamientos a través de actitudes. Pero en esa vida como Blonda había terminado un segundo capítulo: el primero mi niñez y el segundo el fin de mi adolescencia. Y ya llevaba conmigo tres muertes, de las cuales no estaba arrepentida de ninguna, porque los tres querían dañarme. Jamás mataría por gusto, pero si para defenderme, porque no me interesa ser hipócrita. Me asombré, si, de lo diestra que era manejando la espada. Y sabía que en los próximos poblados iba a tener más problemas porque, si aquí en Sol 3 existe el machismo, porque hay muchos hombres que son ignorantes en todos los aspectos, en Umbro había que potenciar eso. Había mujeres guerreras en el Sur, muy al Sur, cerca del pueblo de los Apartados y las conocía como las Amazonas, pero no quise ir para ese lado, ignoraba si me aceptarían. Creo que son un pueblo que no admiten extranjeros. Y si Umbro era duro para un hombre, más para una mujer y más si esa mujer portaba un arma, porque la consideraban como un hombre y no tendrían piedad conmigo. Lo que ellos ignoraban era que yo tampoco tendría piedad con quien quisiera hacerme daño.

 

      La gente ignora que fácil que es tener un implante engrámico, que difícil que es extraerlo y que una vivencia quede solamente como un recuerdo neutro, que no te condicione, que el recuerdo no te lastime, que las injusticias no te duelan. Porque los maestros de luz te enseñan que el servicio es amor hecho obra. ¿Pero como puedes amar al cruel? ¿Cómo puedes amar a aquel que maneja hordas, que saquean aldeas…? Tíldenme de impiadosa, pero no me tilden de hipócrita porque eso no lo voy a permitir. Mi virtud es la franqueza. Y será aquel que está más allá de las estrellas el que sepa mi verdadero sentir, mi verdadero pensar.

 

Porque de apariencia era bonita, sin embargo, me hacía respetar. Porque el tiempo fue pasando y hubo más que cayeron bajo mi espada, pero siempre gente que buscaba dañarme, pero casi nadie conocía mi interior. La necesidad que tenía de amar, de tener amistades. Donde uno pudiera descansar y poder dormir sin tener en la mano derecha la empuñadura de la espada, sin tener que despertarte al menor ruido o estar alerta de escuchar pisadas. Ansiaba eso. Y entendía que había varones que eran generosos, corteses, amables, atentos, justicieros… pero no se habían cruzado conmigo, iríamos por caminos paralelos. Pero yo no puedo decir que era Blonda “la solitaria”, yo creo que era Blonda “la que anhelaba afecto”.

 

Y a veces iba a las posadas y me pedía una bebida espumosa. En dos tragos me tomaba el jarro y me daba vuelta buscando miradas. Veía miradas de lujuria por un lado; de temor por el otro; indiferentes, por el otro. Pero no había miradas de comprensión, de afecto, de empatía. No, no había. Vaya si eso no son engramas. El estar rodeada de gente, a veces, y sentir el silencio. El ir un fin de semana a un teatro en alguna aldea, esos teatros que se hacen al aire en la plaza. Mi espíritu estaba apagado, porque veía obras graciosas pero mi semblante era triste (sollozos) mi semblante era totalmente triste…

 

En una de las aldeas había un señor que trabajaba con hierbas, se llamaba Gervanio. Encontré la primera mirada dulce y lo frecuenté cada amanecer para aprender un poco de lo que él hacía con las hierbas. También lo ayudaba en otras tareas, pues había aprendido a hachar árboles para hacer leña.

Blonda 3

 

Y una mañana llego a la vivienda de Gervanio y noté que algo no estaba bien... le habían robado su cabalgadura, parte de su ganado y él estaba con un puñal atravesado en su pecho. Sentí dolor por la pérdida y odio por aquellos… era pobre, por una cabalgadura, por dos o tres animales, quitar una vida… Ahora anhelaba más que nunca un ser como esta persona que te miraba con un afecto como el que nunca me miró mi padre. Dicen los Maestros que la necesidad es ego, ¿pero quien no tiene necesidades?

Con todo el dolor abandoné el lugar, llevando al paso a mi hoyuman.

Gracias por escucharme.

 

 

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