CUENTOS ZEN 5
El samurai alto entró en el pequeño pueblo, al este de Kyoto, en la isla de Honshu. Su Ayigasa, un sombrero de junco revestido de seda, que llevaba caído tapando su frente, proyectaba una sombra sobre sus ojos y la mayor parte de su cara. Su ropa de caza de color claro estaba muy contrastado con el lustre de la vaina de laca negra de la espada que portaba en su costado izquierdo.
Se movía
silenciosamente, cautelosamente, pero sus zancadas eran seguras; su aspecto
soberbio. Sus ojos viajaban levemente sobre las diminutas cabañas que bordeaban
la tranquila calle. Los aldeanos no se dejaban ver por ninguna parte, aunque el
sentía unos ojos siguiéndoles mientras pasaba por delante de las casas. Se habían
refugiado del sol, pero hubieran entrado dentro aún en día nublado para evitar
el contacto con este guerrero misterioso.
El
samurai estaba satisfecho. No quería encontrar a nadie que pudiera retrasar su
búsqueda del artista Hirata . Las ordenes de su Señor, uno de los más fiados
Daimyo del Regente Hideyoshi, eran explicitas: debe encontrar pronto a Hirata y
convencerle, por cualquier medio que creyera conveniente, que tenía que
entregar a su hermosa hija, Okane, al palacio de Edo. Ella será un gran regalo
para el poderoso Hideyoshi y traerá mucho honor y favor a su Señor. Le
avisaron al samurai que no le permitirían el privilegio de una muerte honorable
si fallaba. En vez, lo desterrarían a Corea, donde se uniría al ejecito de
Hideyoshi en su intento inútil de conquistar aquella península misteriosa.
Serviría como el más humilde de los soldados y seguramente sufriría una
muerte ignominiosa.
No le preocupaba su destino al samurai, porque estaba seguro que no
fallaría. Los aldeanos tenían miedo y estaban desarmado. Hirata era un hombre
viejo. No tendrá ningún problema en cumplir su misión con éxito.
Sin embargo, le habían
advertido que no debería tomar ligeramente a Hirata. Era un ninja, un miembro
del clan que había hostigado las fuerzas de Hideyoshi mientras viajaban desde
Edo a Kyoto antes de que fueran aplastados por el gran poderío del Regente
imperante. Se rumoreaba que él había causado muchas muertes de modos horribles
y taimados, y solamente le permitían vivir porque Hideyoshi no estaba deseoso
de continuar esta guerra derrochadora contra estos campesinos aterradores en un
momento cuando estaba tan involucrado con otras campañas más importantes.
Volvería a ellos más tarde, cuando sus guerreros retornaran desde Corea, y les
exterminaría. Mientras tanto, había una paz.... una paz de odio y
desconfianza.
Una
sonrisa atravesó la cara del samurai mientras recordaba su encuentro con un
comerciante que conocía a Hirata. Sucedió en unas 50 millas de la aldea. Ël
había compartido una botella de sake con el comerciante gordo y jovial, que se
sentía relajado por la conversación, cortes y sin importancia, y suavizado por
al vino. Era en aquel momento que el samurai sacó el tema de Hirata. ¿Le conocía
el comerciante? ¿Sabía donde vivía? ¿Conocía sus costumbres? ¿Sabía de
los poderes que poseía?. El comerciante contestó si a todas las preguntas.
“No
quiero saber porque busca usted a Hirata,” –dijo el comerciante. “temo que
el conocerlo será peligroso. Tan peligros como puede ser Hirata. No se deja
engañar por su edad y comportamiento quieto. Hirata es un hombre tortuoso, como
todos los ninjas son hombres tortuosos. A dominado el uso de los venenos, por
esto no debe usted aceptar nada de la comida o bebida que le ofrezca. Y no deje
que le toque a usted. Han dicho que esconde sus manos unas agujas revestidas de
veneno de una potencia mortal. Aunque es usted joven, y fuerte, resultará ser
un oponente digno, si le busca como oponente.
“Vive
al final de la aldea, en una casa situada encima de un otero flanqueado por un
riachuelo pequeño. Vive con su hija, Okane, la flor más bella que ha crecido
en Honsh, que le sirve y la honra como si fuera un Señor poderoso. Vive en paz
ahora, trabajando en su arte desde el amanecer hasta el anochecer. Pero no se
equivoque por esta serenidad. Es peligroso. Es tortuoso. “
El
samurai estaba satisfecho con la información que recibía del comerciante
borracho, y ahora, mientras se acercaba a la casitas pequeña encima del otero,
tenía confianza en que su misión le saldría bien.
“Busco
un hombre llamado Hirata.” –La voz del samurai resonaba con autoridad.
Lentamente
sew enderezaba la figura de la mesa y, sin volverse, contestó.
“Soy
Hirata. ¿Cómo puedo servirle a usted?”.
El
samurai entró en la habitación, echando sus hombros hacia atrás y apareciendo
aún más masivo que era en realidad. Se acerco a Hirata con pasos firmes.
Impresionaría al artista con su poder inmediatamente. Estaba seguro que no habría
problemas.
“Soy
de Mito, y traigo una oferta que honrará a su casa “.
Hirata
se levantó lentamente y se volvió. Era delgado y más alto que parecía cuando
estaba sentado. Se vistió una Hakama por encima de su sencillo kimono blanco.
Su pelo era abundante y largo, tocado de gris. Una pequeña barba escasamente
cubría su barbilla. Le asombraba al samurai que la cara del artista no tenía
arrugas, que sus ojos eran claros y llenos de vigor. Pero más le impresionaba
las manos de Hirata. No parecían encajar con su cuerpo eran grandes y
fuertes... las manos de un hombre de gran fuerza... de un guerrero.
“Ya me
ha honrado por haber entrado en mi humilde casa.”
-dijo Hirata mientras se inclinaba ligeramente apretando sus manos entre
si.
El
samurai no devolvió la reverencia. Establecería de inmediato quien era el
superior, aunque significaba insultar a su anfitrión. Hirata no parecía
notarlo o simplemente ignoró la grosería.
“Le
ofrezco algo de té. O tal vez prefiere sake.” –dijo indicando hacía la
mesa en medio de la habitación.
El
samurai declinó. Se pone en marcha rápidamente, pensó.
“Estoy
ansioso para volver a Mito con su regalo para mi Señor, Hideyoshi.” –dijo
el samurai mientras empujó el sombrero hacía atrás hasta que colgaba encima
de su espalda por la cuerda que lo había sujetado debajo de su barbilla. Hirata
le miraba a la cara con calma. Era una cara cruel y ruda; una nariz ancha
separaba a unos ojos profundos y malvados. La barbilla era cuadrada y firme, y
una sombra azul escasamente escondía unas mejillas destrozadas por la sífilis.
Este es un hombre que ha matado a muchos sin remordimiento, pensó Hirata. Y con
la más mínima provocación, mataría de nuevo.
“Me
siento adulado que cree que tengo algo digno de ser un regalo para el gran
Hideyoshi.” –dijo Hirata humildemente. “Pero como puede ver, esta es una
casa simple. Tengo posesiones simples y mi arte es de mediocre calidad, más
apta para quemar que para un obsequio.”
El
samurai miró a Hirata fríamente. Es un hombre sagaz. No se como se ha
enterado, pero sabe porque estoy. Aquí ahora veremos si es tan valiente como
sagaz.
El
samurai sacó su espada y la colocó contra la mejilla del artista. Con la presión
más tenue, hizo un corte pequeño. Hirata se quedó inmóvil y silencioso
mientras la sangre escurría por su barbilla y goteaba encima de su kimono
blanco.
“No
quiero su arte cruda ni sus posesiones simples.” -gruñía el samurai. “El
regalo por el que he venido es su hija. ¡Traédmela enseguida!.
Hirata
miró fijamente, sin emoción aparente, al samurai, pero a la medida que éste
elevo la espada, golpeaba sus manos dos veces, y una chica joven entró desde el
jardín. Era la muchacha más hermosa que había visto nunca el samurai, una
figura pequeña y delicada, escasamente de 13 años, con una piel que era casi
transparente, unas facciones perfectas, un tipo apuesto. De verás ella era un
premio digno para cualquier rey. Su Señor estaría contento y le recompensaría
generosamente.
“Actúa
con sabiduría, no con honor ni con valentía.” –dijo el samurai con
desprecio. “Le pago por su obsequio con su vida. Ven, Okane, la llevo a una
vida muchísimo mejor. Una vida de servicio para nuestro Señor Hideyoshi.”
Con su
espada todavía desvainada, el samurai cogió la mano de la asustada Okane, la
llevó hasta la puerta. Ella no ofreció ninguna resistencia ni miraba a su
padre, que no se había movido ni profería ninguna palabra. En la puerta, el
samurai volvió hacía Hirata.
“Ahora
sería un buen momento para que usted disfrute de algo de su té y sake.”
Enfundó su espada y anduvo triunfalmente a lo largo de la calle de la aldea con
Okane corriendo par ir a su paso.
La
taberna estaba casi desierta cuando entraron el samurai con Okane. Inspeccionaba
la sala grande desde la puerta, una precaución que se había convertido en
costumbre en todas sus misiones. Estaba agotado por la constante vigilancia que
tuvo que mantener desde su salida de la casa de Hirata y quería nada más que
una buena comida, algo para beber y un poco de reposo. Estaba contento de ver al
comerciante que había encontrado en su visita anterior consumiendo un manjar de
arroz y pescado cocido en el distante rincón. Sus ojos se encontraron y el
comerciante sonrió e indico que el samurai se uniera a él.
El samurai se sentó fatigosamente encima del delgado tatami que estaba extendido delante de la mesa y trago con ganas la copa de sake que le ofreció en comerciante. Okane se sentaba resentidamente a su lado, sus ojos mirando hacia abajo e hinchados con lágrimas sin derramar.
“Le doy las gracias por su
hospitalidad y los consejos valiosos que me dio cuando nos encontramos la
primera vez. Brindo por su salud y su futuro,” – dijo el samurai, y apuró
una segunda copa de sake.
Ahora
que estaba sentado sintió el cansancio recorrer su cuerpo. Se sentía mareado,
como si hubiera bebido demasiado. Pero entonces sus brazos parecían de plomo,
sus piernas palpitaban y un dolor punzante corría a través de su pecho. El
comerciante sonreía y estaba hablando, pero tuvo que concentrarse mucho para oír
lo que decía.
“Hirata le da las gracias por su regalo de la vida. Para pagarle ahora le quitará la carga de su hija indigna de sus cansados hombros. El siente que le pareciera bien rechazar su hospitalidad durante su visita su casa. Sabe que era un descuido de su parte y ha mandado su sake favorito para aliviarle y calentarle.”
El comerciante se levantó y, cogiendo a Okane por la mano, anduvo lentamente hacía la puerta. El samurai quedó sentado, paralizado, sin poder pararle.
“Le advertí.” –dijo el comerciante mientras salía por la puerta.
“Hirata es un hombre tortuoso. Todos los ninjas somos hombres tortuosos”.
El secreto de la vía del sable
Un joven fue un día a acercarse a un Maestro de Kenjutsu para ser un
alumno. El maestro aceptó y dijo: “A partir de hoy, tú irás cada día a cortar
troncos en el bosque y a buscar el agua en el río.” Esto fue lo que el joven
hizo. Después de tres años, se dirigió al Maestro y le dijo: “Yo he venido
para aprender la esgrima y hasta ahora ni siquiera pasé la puerta del Dojo...”.
“Muy bien, -le dijo el Gran Maestro-, pues hoy tú entrarás.” Sígueme.
Y desde este momento, tú haces toda la marcha alrededor de la sala, pisando
cuidadosamente el borde del tatami pero sin traspasarle jamás...
El discípulo practicó el ejercicio durante un año, al fin del cual él
se encolerizó hasta tal punto que se dirigió al Maestro y grito: “Me voy, no
he aprendido nada del arte que vine a aprender, me voy...”
“No, -le dijo el Maestro- hoy voy a continuar enseñándote. Ven
conmigo...”
El Maestro llevó al joven frente a una montaña, seguidamente al borde
de un precipicio enorme. Un tronco de árbol estaba haciendo de puente sobre el
vacío...
“Pues bien, pasa para el otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo,
que estaba lleno de terror.
Mirando al abismo, lleno de miedo y de vértigo, el joven estaba paralizado. En ese momento llega un ciego, que tanteando con su caña, sin rechistar, se mete sobre el frágil pasaje y pasa tranquilamente.
No fue preciso más para que el joven perdiera el miedo y a su vez pasará rápidamente al otro lado.
Su maestro le grita: “Tú dominaste el secreto de la esgrima: abandonar el ego, no temer a la muerte, ser indiferente a las circunstancias adversas. Cortando troncos, desarrollaste la musculatura, marchando con atención al borde del tatami perfeccionaste tu equilibrio, y mira, hoy tú comprendiste el secreto de la “Vía”, creo que serás entre todos el más fuerte...