CUENTOS ZEN 3
Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:
- No reúnes las condiciones.
-
¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió
el joven.
-
El resto de tu vida - respondió Banzo.
-
No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su
enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo
y alma?
-
¡Oh, tal vez diez años!
-
Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar
de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?
-
¡Oh, tal vez treinta años!
-
¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré todo lo
que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible!
-
¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un
hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente -
explicó Banzo.
-
Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su
impaciencia - acepto ser su servidor.
El Maestro le pidió a
Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo
sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara
del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera
estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.
Pasaron tres años.
Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no
había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido
consagrar su vida.
Sin embargo, un día,
cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se
deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable
de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el
Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de
ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por
sorpresa de Banzo.
Debía estar en guardia
a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del
Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una
especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo,
el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.
Yang Lu Chan nació al
comienzo del siglo XIX en el seno de una familia de campesinos. Desde joven no
tenía más que una pasión: el Shuan-Shu, el arte del puño. Desde su infancia,
frecuentó asiduamente las escuelas de artes marciales de su provincia y muy
pronto alcanzó el rango de un experto de gran reputación. Pero los estilos que
había practicado hasta entonces no le satisfacían. Sabía que desde la
destrucción del monasterio de Shaolin, el arte del puño había lentamente
degenerado en un método de combate que daba demasiada importancia a la técnica
y a la fuerza muscular. A pesar de su búsqueda por todos los rincones de su
provincia, Ho Pei, no conseguía encontrar un Maestro susceptible de enseñarle
un arte más profundo que le condujera a la Vía de la armonía.
Su desesperación llegó
a su término cuando oyó hablar del Tai Chi Chuan, arte que empezaba a ser
popular en otra provincia, Honan.
Abandonando a sus
padres y amigos, Yang emprendió un viaje a pie de más de 800 km. para
dirigirse a la patria del arte que deseaba estudiar. Aprovechando un momento de
oportunidad entró en los círculos cerrados de practicantes de Taichi. En el
curso de sus conversaciones con ellos, un nombre volvía continuamente a su
mente: el del Maestro Chen Chang Hsiang. Este hombre pasaba por tener el "Kung
Fu" más perfecto de su época. Desgraciadamente enseñaba exclusivamente a
los miembros de su familia, en el más estricto secreto.
Yang pensaba que después
de un viaje tan largo tenía que estudiar con el mejor Maestro. Hábilmente
consiguió interesar en casa de la familia Chen como criado. De esta manera,
cada día se las arreglo para espiar secretamente el entrenamiento familiar bajo
la guía del patriarca. Cuidadosamente disimulado, observaba atentamente los
movimientos, bebía las palabras y los consejos del Maestro. Después, durante
la noche, cuando todo el mundo dormía, se ejercitaba en hacer lo que había
visto durante el día y pulía incansablemente los encadenamientos de
movimientos que había aprendido los días precedentes.
Su espionaje continuó
durante varios meses sin despertar sospecha... hasta que un día fue
descubierto. Inmediatamente fue conducido delante del Maestro Chen. Se esperaba
lo peor. En efecto, el anciano parecía muy enfadado. El tono de su voz dejaba
ver una cierta irritación.
-
Y bien, joven, parece que has abusado de nuestra confianza. Usted se ha
introducido aquí con el único objetivo de espiar nuestra enseñanza, ¿no es
verdad?.
-
Efectivamente - confesó Yang.
-
No se aún lo que vamos a hacer con Vd. Mientras tanto siento curiosidad por ver
que es lo que ha aprendido en tales condiciones. ¿Puede usted hacerme una
demostración?.
Yang ejecutó un
encadenamiento con tal concentración y fluidez que el anciano Chen quedó
profundamente impresionado al ver un reflejo tan fiel de su Arte. Pero se cuidó
bien de manifestar su emoción y durante un largo instante se quedó en
silencio. Después declaró:
-
Sería estúpido dejarlo marchar con lo poco que conoce. Mancharía la reputación
de nuestra familia mostrando nuestro arte de una manera tan incompleta. Mejor
será que se quede aquí el tiempo necesario para terminar el aprendizaje.
¡Pero
esta vez bajo mi dirección!
Yang permaneció aún
varios años en la familia de Chen, integrándose cada vez más profundamente en
el Arte Supremo del Tai Chi. Después de haber recibido la bendición de su
anciano Maestro, Yang volvió a su provincia natal.
El señor Naoshige
declaró un día a Shimomura Shoun, uno de sus más viejos samurais:
- La fuerza y el vigor
del joven Katsuchige son admirables para su edad. Cuando lucha con sus compañeros
vence incluso a los mayores que él.
Para Naoshige fue un
placer organizar el encuentro que tuvo lugar esa misma noche en el patio del
castillo, en medio de un gran número de samurais. Estos estaban impacientes por
ver lo que le iba a suceder al viejo farsante de Shoun.
Desde el comienzo del encuentro, el joven y poderoso Katsushige se precipitó sobre su frágil adversario agarrándolo firmemente, decidido a hacerlo picadillo. Shoun estuvo a punto de caer varias veces al suelo y de rodar en el polvo. Sin embargo, ante la sorpresa general, cada vez se restableció en el último momento. El joven, exasperado, intentó dejarle caer de nuevo poniendo toda su fuerza en el empeño, pero esta vez, Shoun aprovechó hábilmente su movimiento y fue él quien desequilibró a Katsushige arrojándolo al suelo.
Después de ayudar a su adversario semi-inconsciente a levantarse, se acercó al señor Naoshige y le dijo:
- Sentirse orgulloso de su fuerza cuando aún no se domina la fogosidad es como vanagloriarse públicamente de sus defectos.