CUENTOS ZEN 2
Ito Ittosai, incluso después de haberse convertido en un experto y en un profesor famoso en el arte del sable, no estaba satisfecho de su nivel. A pesar de sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacia algún tiempo no conseguía progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo una higuera para meditar con la firme resolución de no moverse hasta que no recibiera la comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a morir en ese mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó la Suprema Verdad.
Ito Ittosai se dirigió
pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte del sable. Durante
7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación.
Al alba del octavo día,
exhausto y desalentado por no haber conseguido saber algo más se resignó a
volver a su casa, abandonando toda esperanza de penetrar el famoso secreto.
Después de salir del
templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando apenas había dado unos
pasos, sintió de pronto una presencia amenazante detrás de él y sin
reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el sable.
"El sable es el
alma del Samurai", nos dice una de las más antiguas máximas del Bushidô,
la Vía del guerrero. Símbolo de virilidad, lealtad y coraje, el sable es el
arma favorita del Samurai. Pero el sable, en la tradición japonesa, es algo más
que un instrumento terrible, algo más que un símbolo filosófico. Es un arma mágica.
Arma que puede ser benéfica o maléfica, según la personalidad del forjador y
del propietario.
El sable es la
prolongación de los que los manipulan, se impregna misteriosamente de las
vibraciones que emanan de sus seres.
Los antiguos japoneses,
inspirados por la antigua religión Shinto, conciben la fabricación del sable
como un trabajo de alquimia en el que la armonía interior del forjador es más
importante que sus capacidades técnicas. Antes de forjar una hoja, el maestro
armero pasaba varios días meditando y después se purificaba practicando
abluciones de agua fría. Una vez vestido con hábitos blancos ponía manos a la
obra, en las mejores condiciones interiores para crear un arma de calidad.
Masamune y Murasama
eran dos hábiles armeros que vivieron al comienzo del siglo XIV. Los dos
fabricaban unos sables de gran calidad. Murasama, de carácter violento, era un
personaje taciturno e inquieto. Tenía la siniestra reputación de fabricar
hojas temibles que empujaban a sus propietarios a entablar combates sangrientos
o que, a veces, herían a los que las manipulaban. Sus armas sedientas de sangre
rápidamente tomaron famas de maléficas. Por el contrario, Masamune era un
forjador de una gran serenidad que practicaba el ritual de la purificación para
forjar sus hojas. Aún hoy día son consideradas como las mejores del país.
Un hombre que quería
averiguar la diferencia de calidad que existía entre ambas formas de fabricación,
introdujo un sable de Murasama en la corriente del agua. Cada hoja que derivaba
en la corriente y que tocaba la hoja fue cortada en dos. A continuación
introdujo un sable fabricado por Masamune. Las hojas evitaban el sable. Ninguna
de ellas fue cortada se deslizaban intactas bordeando el filo como si éstas no
quisiera hacerles daño.
Yagyu Tajima no Kami
tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a los entrenamientos de los
discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente imitador, este mono aprendió
la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se había convertido en un experto,
en su género.
Un día, un Ronin
(Guerrero errante) expresó su deseo amistoso de confrontar su habilidad en el
manejo de la lanza con Tajima. El Maestro le sugirió que combatiera primero con
el mono. El visitante se sintió amargamente humillado. Pero el encuentro tuvo
lugar.
Armado con su lanza, el
Ronin atacó rápidamente al mono que manejaba un shinai (sable de bambú). El
animal evitó ágilmente los golpes de la lanza. Pasando al contraataque, el
mono consiguió acercarse a su adversario y golpearlo. El Ronin retrocedió y
puso su arma en una guardia defensiva. Aprovechando la ocasión, el mono saltó
sobre el mango de la lanza y desarmó al hombre. Cuando el Ronin volvió
avergonzado a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación:
-
Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.
El Ronin dejó de
visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses cuando apareció
de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El Maestro,
adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió que el mono
se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante.
Pero éste insistió y
el Maestro acabó por ceder.
En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando.
Tajima no Kami terminó por concluir:
- ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...
Poco tiempo después, gracias a su recomendación, el Ronin entró al servicio de uno de sus amigos.